Neruda

Crítica de Alejandra Portela - Leedor.com

La curiosa Neruda ultima película del chileno Pablo Larraín (Post mortem, Prófugos, No, El club), fue la película elegida para abrir el 31° Festival de Mar del Plata en este 2016. Corre por los pasillos que en los primeros planes estaba la brasileña Aquarius, la controvertida película de Kleber Mendonca Filhio del famoso Fora Temer de Cannes, pero finalmente ésta se verá en la semana como parte de la Competencia oficial internacional. Y está bien. Anoche la apertura del Festival tuvo su gala, sin ninguna presencia oficial de primer nivel (ni la Gobernadora Vidal como se pensaba, ni el Ministro de Cultura) sí el Presidente del INCAA quien resaltó el trabajo que hará este festival por el mercado y la industria. Entendemos asi la incorporación de Neruda. Una lógica del mainstream del que, por suerte, este Festival de Mar del Plata logra escapar en el otro 99%.

La tesis de Neruda, va tomando claridad a medida que lo va haciendo el relato. En plena era de la Guerra Fría, 1948, tres años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, Pablo Neruda es Senador en representación del Partido Comunista, sus enfrentamientos con el Presidente Gabriel González Videla, representante de la rancia derecha chilena, títere de los EEUU, y el anticomunismo creciente hacen que el Partido pase a la clandestinidad y Neruda sea perseguido. La primera escena con el encuentro de los senadores a pleno en el baño está construida mayormente en plano secuencia, y da una primera idea de que por un lado no se tratará de un film conformista a nivel visual, pero al mismo tiempo la incorporación de la voz narradora principal va a generar una primera tensión, anunciadora de ese choque ideológico que en apariencia dará vida al conflicto central.

Efectivamente, dos puntos de vista contrapuestos ponen luz sobre una narración que entrama la voz insistentemente en over del perseguidor (Oscar Peluchonneau o Gael García Bernal), y las acciones y los pensamientos del perseguido, nada más ni nada menos que el poeta ya famoso en ese momento, Pablo Neruda o Luis Gnecco. El primero, el hijo no reconocido de una prostituta y el fundador de la policía chilena de apellido extrañamente francés Peluchonneau; el otro el autor de los cantos de amor más hermosos del mundo, y de los poemas del canto general y toda su furia política: “”Por esos muertos, nuestros muertos,pido castigo./ “Para los que de sangre salpicaron la patria,/ pido castigo. / “Para el verdugo que mandó esta muerte, pido castigo. / “Para el traidor que ascendió sobre el crimen, pido castigo.”

Ambos personajes, por momentos parodiados (es cuasi payasesco el maquillaje excesivo del Neruda de Gnecco o el estilo detective de historieta del policía) por momentos glorificados son los protagonistas de una trama política y policial que evidentemente forman parte de la historia de Chile pero que están diseñados por Larrain con una distancia tal que nunca llegan a convocar sinergia o empatía y cuya obsesividad (mutua?) es por momentos inexplicable. Sí lo que queda es la idea de un Neruda aprovechador, un aristócrata comunista, buscador de fama y de poder, de hábitos prostibulario, con destino diferente al de esos obreros, campesinos, trabajadores que el gobierno empieza a perseguir y matar, pero que gritan a coro “Pido castigo!” Para poner en evidencia eso, es clave el enfrentamiento de una mujer ebria que en medio de una cena interpela a Neruda para saber si ella alguna vez iba a poder tener sus privilegios.

Es potente el texto de Guillermo Calderón, tal vez lo mejor de la película, y aunque sería profano decir que como película Neruda es un gran texto literario no sería muy desacertado. Los 110 minutos terminan siendo excesivos y hasta que se convierte en algo así como una reflexión sobre el metalenguaje, vale la pena el río de palabras en la voz del desafortunado bastardo Peluchonneau.

Por lo demás, el público podrá ver algunos escenarios de Santiago, Buenos Aires, Valparaíso, Paris y el bello sur cordillerano nevado.