Neruda

Crítica de Cristian A. Mangini - Fancinema

EL POETA Y SUS FANTASMAS

El director chileno Pablo Larraín se ha transformado en una de las voces más frescas y saludables del cine latinoamericano por su versatilidad formal, tomando riesgos con una dirección que maneja la sátira, el drama y un sentido del humor algo solapado pero siempre presente. Con Neruda el director de No (2012) toma un paso audaz al retratar la figura del genial poeta chileno, pero en este caso el riesgo queda empantanado más allá de las buenas intenciones del realizador. El problema central radica en cómo lo representado estructura el relato de forma tal que se balancea entre un viaje introspectivo (el del poeta perseguido por su propia invención literaria) y el biopic, sin lograr que congenien, dando un relato confuso al que, sin embargo, no se le puede dejar de reconocer la formidable actuación de Luis Gnecco y, como se mencionó, la audacia de la propuesta.

La base de Neruda es el diálogo, no entre las palabras que cruzan los personajes sino entre los mismos personajes. Al Neruda (Gnecco) perseguido por la obsesión de Oscar Peluchonneau (Gael García Bernal) los une el vínculo de depredador y presa, en los términos poéticos y existenciales que puede llegar a plantear Julio Cortázar en su célebre cuento El perseguidor. Esto da lugar a un film que más allá de sus virtudes técnicas no logra salir airosa del mejunje de géneros que terminan sumergiendo la historia, a menudo balanceándonos al thriller histórico con sus realemas de la época en que transcurren los hechos, para luego tornarse de un lirismo agobiante en su desenlace de western. Este mismo lirismo es recurrente en la persecución de Oscar, cuyo tono reflexivo en una asfixiante voz en off, por momentos nos hace olvidar lo que vemos en el encuadre. Son estos monólogos, que a menudo se valen de expresiones poéticas un tanto cripticas, lo que llevan al film a la risibilidad porque su tono de reflexión desvirtúa el rigor de thriller que por momentos maneja con holgura. Esto sin mencionar las dificultades al entregar un cierre donde el diálogo que mencionamos aparece subrayado hasta el hartazgo, abandonando toda sutileza.

La trama política que atraviesa el relato y cómo las contradicciones del personaje son expuestas tiene en Larraín a un realizador que vuelve sobre la historia de su país y el imaginario que construye de una forma inteligente, aunque los resultados están lejos del brillante guión de No y el ritmo narrativo que lograba también en films como El club (2015), disolviéndose en una concepción barroca que no termina de cuajar para desarrollar a la figura de Neruda. En todo caso, sin embargo el film es un ejercicio notable por algunas de las pinceladas que entrega para describir a los demonios del laureado escritor chileno.