El Pablo Neruda de Neruda está lejos del mármol y ahí radica uno de sus principales méritos. El otro, consecuencia del primero, es que este film del realizador chileno Pablo Larraín está embuido de un tono zumbón que se visualiza en la propuesta general y en el trazo de sus personajes en particular.
La película lleva por título el nombre del retratado porque tiene con qué: Larraín cuenta a su antihéroe (los personajes centrales de su obra siempre lo son) con sangre en las venas, lejos del poeta indestructible o el superyo romántico latinoamericano que quedó en el inconsciente colectivo.
Es decir, Neruda es Pablo y antes que el escritor bendito por ser maldito es un señor altanero, pedante, egocéntrico, un poco maltratador y afecto a los prostíbulos. El mismo que quiere ser líder de un concepto revolucionario mientras se deja conducir por su esposa (correcta aunque un tanto apocada Mercedes Morán), a quien, al mismo tiempo, pone en un segundo plano para, quizá, contradecir lo que ella le espeta en medio de un cruce intenso: "Vos no sos el artista, yo soy la artista".
El Neruda de Larraín tiene su versión carne y hueso en la performance de Luis Gnecco, a fuerza de clase, modos teatrales y, sobre todo, oficio.
Enfrente está el cazador de comunistas que encarna Gael García Bernal, quien sorprende con una composición cuasi paródica del militar errático que llega siempre tarde a cada rincón que elige su presa para esconderse. La labor del actor mexicano aparece como una profundización posdramática de su trabajo en Eva no duerme, el film argentino en el que jugó el rol de un truculento y fatalmente paródico Emilio Eduardo Massera.
Hay, por otro lado, un paratexto que ubica a la película en un lugar de inconveniencia política que vuelve aún más interesante al film, a su vez parte de una obra del Larraín director que en los últimos parece estar parada donde no debiera.
Luego de los amables opus pop Fuga y Tony Manero, Larraín se metió en la década del 2010 con el thriller Post-morten, cuyo escenario es una morgue y su contexto histórico los últimos días de Salvador Allende. Más tarde vino No, ficción sobre el publicista que encausó la campaña del No a Augusto Pinochet que derivó en el regreso de la Democracia a Chile. Ambos films fueron estrenados durante la presidencia de Sebastián Piñera, un público y notorio defensor de Pinochet.
En 2015, en tanto, mientras el mundo se ponía a los pies del papa Francisco, Larraín estrenó El club, una de las más feroces narraciones que el cine latinoamericano se animó a parir sobre la Iglesia Católica. Y lo hizo en Chile, donde el poder religioso ocupa un lugar sociopolítico de alto voltaje.
Y ahora, Neruda, en el contexto de un Chile entregado a la Alianza del Pacífico y con Michele Bachelet pergeñando junto a Mauricio Macri el comienzo del fin del Mercosur.
Un tipo jodido, Larraín.