Neruda creíble en un film que tropieza con artificio literario
La vida del poeta y político, ganador del Premio Nobel de Literatura, es objeto de una película que zigzaguea entre los hechos, tal como ocurrieron, y la intromisión de un personaje puramente fantástico.
1948. El poeta senador Pablo Neruda desafía al presidente González Videla, que subió al mando gracias al voto de los comunistas chilenos y ahora manda reprimirlos, así como ordena el desafuero y arresto del señor senador. Neruda pasa un año escondido en diversos lugares, difundiendo versos y consignas de combate, hasta que logra escapar y refugiarse en Francia. Esos versos serán su "Canto general", editado en 1950 en México.
Sobre los detalles de la fuga a través de la Cordillera, con la policía pisándole los talones, hay por lo menos un libro de José Miguel Varas, "Neruda clandestino", una película de Manuel Basoalto, "Neruda", con José Secall, y la que ahora vemos, de Pablo Larrain, con igual título y mayores ambiciones. Él y su guionista, el dramaturgo Guillermo Calderón, reelaboran los hechos históricos mediante singulares textos, aguda captación de caracteres y particular puesta en escena, pero luego se dejan llevar por una petulante fantasía literaria.
Hay momentos notables: la discusión en el baño del Congreso, como si fueran senadores romanos, el planteo de una militante pobre frente al rico representante ("Cuando llegue el comunismo, ¿todos van a ser iguales a él, o a mí?"), los desplantes que el poeta aburguesado y su mujer aristócrata les hacen a quienes se arriesgan por ellos, las festicholas y andanzas por lupanares, la expansión del poema "Los enemigos" ("Pido castigo"), el encuentro con la inmensa Cordillera nevada.
La música de Federico Jusid también es notable, y bien acompañada por varios clásicos. Y los actores: Jaime Vadell como el ingeniero Alessandri de chilenísimo cinismo; Roberto Farías, el artista de varieté que sublima un encuentro fortuito; Mercedes Morán, la perfecta Delia del Carril, alias La Hormiguita; Luis Gnecco, encarnando como pocos a Neruda en todas sus facetas malas y buenas, y Gael García Bernal como un narrador y detective de policía intenso pero condenado.
Por ahí va el problema. Dicho personaje brilla con unas observaciones dignas de ser recopiladas y publicadas acerca de nuestras geografías, los progres, los superiores, etcétera, hasta que en un diálogo de birlibirloque descubre ser sólo una ficción inventada por el poeta, y ahí caemos en esa fantasía literaria que es un divague de nunca acabar. Termina con gran estilo, eso sí.
Pequeño detalle: el detective Oscar Peluchonneau existió, era hijo de un hogar plenamente formal y en 1952 llegó a prefecto de Investigaciones, el cargo máximo. Nada que ver con el tipo Peluchonneau inventado en la película. Más cerca de la realidad, el campo de concentración de Pisagua comandado por el joven oficial Pinochet, los personajes de Álvaro Jara, luego historiador indigenista, y Víctor Pey, uno de los 2.000 republicanos que Neruda salvó cuando era cónsul en la España de la Guerra Civil. Para recordar: los Neruda de Roberto Parada ("Ardiente paciencia"), Philippe Noiret ("El cartero") y Sergio Boris ("El mural"). Para evitar: los discos del propio Neruda recitando sus poemas con lenta y lúgubre entonación "de poeta".