Entre la realidad y la ficción
Neruda es la película elegida este año para la apertura del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y sin dudas es una acertadísima decisión. No solo es de lo mejor del trabajo realizado hasta el momento por Pablo Larraín, sino que posiblemente sea una síntesis de todo aquello que se pueda llegar a ver en esta nueva edición del festival.
Su director supo con Neruda reinventar el significado de la biopic. No deja de ser un film convencional pero con un costado repleto de subjetividades, dando lugar a una obra que circula entre la ficción y la realidad continuamente.
Fascinantemente se construye al Neruda poeta enorme y brillante envuelto en los acontecimientos políticos. La película toma como punto de partida la persecución que sufrió luego que en 1948 el presidente chileno, González Videla, traicionara sus raíces progresistas prohibiendo el Partido Comunista, del que Neruda era miembro y al que representaba en calidad de senador, y de que se ordenara su detención. El hombre que había ejercido de embajador de Chile en todo el mundo se ve obligado a esconderse de su gente, primero moviéndose de un lugar a otro dentro del país y luego saliendo de él a caballo hacia Argentina, y de ahí a Francia.
El escritor (interpretado por Luis Gnecco) durante sus días de clandestinidad (más allá de las licencias que se toma para salir de su total encierro) es perseguido por un detective (Gael García Bernal) que lo persigue con la intención de encarcelarlo y desacreditarlo frente al pueblo. Se da un juego de gato y ratón, donde siempre está a punto de alcanzarlo y no lo logra. A medida que avanza la historia, vamos viendo a partir de la voz del detective que estamos frente a una trama de ficción, donde por momentos Neruda deja de ser el absoluto protagonista.
La mujer de Pablo, Delia (una magnífica Mercedes Morán) es quien le sigue sus pasos y posiblemente sea la única persona capaz de controlarlo. Es quien ejerce la fuerza sobre él.
Neruda funciona como un reloj donde cada pieza encaja a la perfección. Larraín supo construir un relato híbrido donde se humaniza al poeta y muy probablemente algo pertenezca al orden de la ficción, aunque nunca logremos dilucidar.