Nos habíamos amado tanto
Como en la reciente Mon roi, Nessuno si salva da solo de Sergio Castellitto recrea el nacimiento y la destrucción de una pareja a partir de flashbacks que recortan ese vínculo con pequeños momentos que trazan un todo. La diferencia es que mientras en aquella película francesa el punto de vista desde el cual llegaban los recuerdos era el de la mujer y se reflexionaba de esa manera sobre los roles que representan lo masculino y lo femenino -incluso de la mirada de uno sobre el otro-, aquí son ambos ex amantes los que parecen invocar a los fantasmas durante una fría cena para “negociar” las vacaciones de los dos niños que han quedado como fruto de aquel vínculo.
Si bien este tipo de historias representan una suerte de subgénero instalado fuertemente en el cine europeo, y en el imaginario de tanto drama romántico, Castellitto lo aborda con una energía singular y una pasión identificable con “lo italiano”: hay excesos de tono y en las actuaciones, y en ese sentido funcionan perfectos desde la autoconsciencia los protagonistas absolutos del film, Riccardo Scamarcio y Jasmine Trinca. Los intérpretes saben cuándo exacerbar los climas, cuándo apostar al reposo, y en todo momento hacen creíble ese vaivén de amor/odio sobre el cual se construye el film. Si el director tiene un gran acierto, es el de transmitir las emociones de sus personajes y entre tanto ir y venir a través del tiempo, desarrollar una superficie de absoluta melancolía sobre esta pareja autodestructiva. Su apuesta formal, totalmente moderna desde la velocidad que imprime el montaje, es bastante básica pero efectiva.
Es que los problemas de Nessuno si salva da solo no tienen tanto que ver con la repetición de una fórmula, sino más bien con el protagonismo que adquieren las palabras por sobre las imágenes. La película es una adaptación de una novela de Margaret Mazzantini, esposa del director. Y el film no parece poder desprenderse del peso literario, ni tampoco de cierta misoginia que se da en la despareja construcción de personajes (algo que se podría adjudicar velozmente a su origen italiano): mientras él luce más complejo y carismático aún en sus dobleces, el personaje femenino se posiciona desde el presente del relato en un lugar incómodo de indefinición e incluso ingratitud. Esto no sólo hace desigual la disputa ante los ojos del espectador, si no que le quita un poco de razón a su justificado desdén. Si bien la película parece jugar con este estereotipo, no es una autoconsciencia que alcance para justificar la construcción del personaje.
De todos modos, para el final quedará el epílogo de la película, que ingresa en un territorio de optimismo algo ramplón y que es más discutible y polémico que todo lo anterior, aunque también es cierto que está contado con cierta supresión del verosímil que buscaba el resto del descarnado relato. Después de toda la basura que los ex cónyuges sacaron de debajo de la alfombra, se produce un pase de magia por el que los personajes comienzan a verse, tal vez, de otra manera; recuperan un poco de la vieja chispa. Es claramente un final falso que busca la emoción impostada del espectador y que poco tiene que ver con los tramos de verdad amarga, de honestidad brutal, que la pareja se había espetado durante todo ese ring de boxeo verbal que protagonizado durante 90 minutos.