Un homenaje a Néstor Kirchner
No es un documental. No quiere serlo. Es un homenaje, más cercano al cine publicitario que al cine histórico. Su directora, Paula de Luque así lo ha querido y lo ha dicho. El filme recorre la vida privada y la vida pública de Néstor Kirchner, repasa su intimidad y su militancia y pone en la apertura y el cierre, a manera de cuidada instalación, la figura de su hijo Máximo. Desde lo ideológico, pivotea sobre cuatro temas: los derechos humanos, la deuda externa, el campo y la ley de medios. Y lo hace afirmándose en imágenes calculadamente elegidas por una directora que siente tanta admiración por su homenajeado que no plantea contrastes ni preguntas y que no le teme a la manipulación y al subrayado. Es un Kirchner sin claroscuros, arrollador y perfecto, en el centro de esta apología amable y exaltada que alterna testimonios de familiares con imágenes de noticieros y que reivindica por encima de todo a ese militante que sin duda sacudió todo. El filme va a entusiasmar a sus seguidores, pero los que no lo son se podrán sentir tocados por algunas secuencias que dejaron su marca: el rostro de Bush en Mar del Plata; la represión del 2001; la histórica bajada de cuadros del Colegio Militar. El filme vale por lo que muestra y por lo que oculta, por las caras presentes y las ausentes, por lo que evoca y por lo que proyecta. Como cine, su aporte es escaso: no investiga ni promueve debates ni aporta material inédito, pero es indudable que tiene cierto valor histórico, que invita a la reflexión y al recuerdo, que expresa una mirada parcial y respetable sobre una relevante figura política y que trata de ser también una pieza motivadora ante los grandes partidos que debe enfrentar el kirchnerismo en estos días.