Kirchnerismo obvio
En La Realidad Satírica: Doce hipótesis sobre Página/12, su autor Horacio González planteaba una crítica al antimenemismo fácil, sin sorpresas, que se leía en los artículos del diario dirigido por Jorge Lanata. Como si fuera el fruto de un importante trabajo, el cuestionamiento a la autoridad en realidad se sostenía en el sentido común y en el argumento superficial, algo que el escritor definía como "antimenemismo obvio". Néstor Kirchner, la película padece del mismo mal y, en esa elección editorial, resigna su valor cinematográfico y documental en pos de un propagandístico homenaje.
Para tratarse de una producción que señala como uno de sus pilares el uso de más de 600 horas de material de archivo -con aportes del público-, es muy poco destacable el resultado que se obtiene. En vez de tratarse de una suerte de Lado B, de un entretelón de la vida del ex presidente, lo que se elige es mostrar una vez más imágenes harto conocidas pero desde ángulos nuevos, con un aporte nulo a lo que es la figura analizada y un refuerzo de la lógica televisiva que propone Paula de Luque. En ese sentido tiene mucho más peso el trabajo sobre los testimonios, que es en los cuales se termina sosteniendo la película por el magro aprovechamiento de lo que es el documento. El mayor logro será entonces el presentar la voz de Máximo Kirchner, quien no solo habla por primera vez sino que además lo hace de política, junto con la de la madre de Néstor y la de Cristina Fernández, quienes aportan cierta nostalgia y hacen que, paradójicamente, sea la mirada hacia el pasado lo único novedoso.
Es la arbitrariedad de la directora y de los guionistas –el filósofo Ricardo Forster y el periodista Carlos Polimeni- lo que termina de sellar el destino panfletario de la película. Desde el anonimato impuesto para todos los que hablan –voces que se pierden frente a los testimonios de familiares o de figuras conocidas, aportes que se vuelven efímeros y que un periodista debería tener el suficiente sentido común para mencionar- hasta la elección de las imágenes, con un discurso del 2008 en Carta Abierta con una crítica a los medios de comunicación que se "cuela" entre el material del año 2003, todo tiende a apuntalar una efigie de alta carga mesiánica -la épica música de Gustavo Santaolalla ayuda mucho- que pudo haber sido un análisis partidario pero honesto.
La falta general de ritmo, el almibarado final y su tendencia a la propaganda pura –que se da principalmente desde la segunda parte, cuando empieza el conflicto por la 125- se ocupan de su valor como película. El repaso de los hechos destacables de la memoria reciente, que literalmente pueden ser vistos a diario, y el cuestionable revisionismo histórico –Clarín como el único medio opositor en tiempos del voto no positivo es una jugada para la gilada-, se encargan de dinamitar su alcance como documento. Más allá de lo que implicaba que Adrián Caetano fuera el director, del cine al margen a la película del Gobierno en 15 años, sin duda hubiera sido más beneficioso conocer el corte bajo su mirada. El quiebre cultural del que habla Máximo Kirchner, sin duda no tiene en cuenta esta oportunidad perdida ante lo obvio.