Se estrena la película que recrea la vida del ex-presidente argentino Néstor Kirchner.
Era bastante predecible que una película sobre Kirchner iba a traer polémica en el contexto en el que se estrena, en plena pulseada política por la ley de medios audiovisuales. Hay quienes la odian, porque está realizada desde una postura ideológica muy clara, y para nada oculta. Hay quienes la aman, precisamente porque ven reflejadas sus ideas en la gran pantalla. Pero casi todos la vieron: no es un dato menor que tras una semana de su estreno se encuentre tercera en la taquilla.
De Luque construye el documental de manera poco ortodoxa. En primer lugar, se escuchan voces que por lo que dicen se intuye que son personas mediáticas, pero no se las muestra, y no hay un epígrafe con sus nombres. Otro tanto sucede con aquellas personas a las que sí se muestra, pero no se dice quiénes son. Algunos, como el hijo de Kirchner, difícilmente necesiten introducción. Pero nada de esto es casual. De Luque busca construir a su personaje tanto desde su lugar público como intendente, gobernador, presidente, como desde su lugar privado como ciudadano comprometido con su entorno y como hombre de familia. El anonimato de los testimonios refuerza la idea de lo colectivo: no importa quién hable de él, porque él hablaba con todos, ayudaba a todos.
Ciertas manipulaciones digitales de la imagen molestan por lo maniqueo de la propuesta: “los años oscuros” de nuestra historia se muestran en blanco y negro, mientras que la llegada de Kirchner está asociada a un campo amarillo como el sol, donde el viento mueve los pastos, bajo la música de Santaolalla y en cámara lenta. El mismo recurso del rallenti se utiliza para contraponer a las imágenes de la violencia de la crisis del 2001, la de unos niños saltando y riendo. Hacia el final, un panadero (digitalizado) sobrevuela sobre todos los personajes que intervinieron con sus testimonios, emanando una luz blanquecina. Son estos abusos los que le quitan fuerza a un planteo, que por lo demás, está muy bien realizado.
Como la mayoría de los documentales, el personaje principal es el hilo conductor para mostrar una pintura más grande, la de la historia reciente de nuestro país. En este sentido, la película tiene un ritmo impecable, y logra hilvanar orgánicamente estos aspectos públicos y privados del ex presidente de la Nación. Ningún tema queda por fuera desde el 2001 en adelante. No hay que olvidar su film anterior, Juan y Eva (2011), ya que se puede leer una continuidad muy clara entre estos dos personajes (también presentados desde la tensión entre lo público y lo privado) y la dupla Néstor-Cristina.
De Luque logra de manera muy efectiva, resaltar los aspectos míticos de este hombre (cosa que sólo se puede lograr post-mortem) y proponer una lectura sobre hechos que aún están en curso. Este es quizás su mayor acierto, que no es una película tibia, ni políticamente correcta, sino con una propuesta de reflexión sobre la realidad. Es por esto que, o bien encanta, o bien produce rechazo.