Iluminados por Néstor
1-Uno, frente a películas como esta, con toda su carga social, política, cultural, tiene determinados deberes. El primero de ellos es el respeto por los que seguramente no piensen como uno. Viviremos en democracia, pero eso no nos habilita a decir lo que se nos canta, sin fundamento, sin medir el nivel de agresión. Y yo la verdad que tengo mucha gente cercana que banca muchas de las cosas del proceso político kirchnerista: amigos, compañeros de facultad, gente que trabaja en FANCINEMA. Y a todos ellos les debo respeto, porque aparte respetarlos implica también respetarme a mí mismo. Espero, con este texto, estar a la altura de las circunstancias.
2-Para empezar, no está mal hacerme cargo de mi propia historia, porque no nací de un repollo, tuve mis errores y aciertos, mis avances y retrocesos, y de todo debo hacerme cargo. En 2003, voté a Néstor Kirchner. Lo hice básicamente (o más bien únicamente) para sumar un poroto más al objetivo de que no volviera Menem. Voté por miedo, voté en contra de alguien. No me gustó nada votar así. Era mi primera votación, mi debut en las urnas (aún no había cumplido 20 años) y me sentía muy amargado. Me propuse, a partir de ahí, no volver a votar en contra de nadie, sino a favor de algo, aunque sea medianamente. No estoy seguro de haber cumplido con esa premisa totalmente. Fui uno más de los sorprendidos y de los que vivió lo que muchos llaman la “primavera kirchnerista”, ese año y pico en que creíamos que ese tipo llamado Néstor, llegado de Santa Cruz (¿dónde demonios quedaba Santa Cruz? ¿Arriba o debajo de Chubut?) era alguien distinto y podía realmente cambiar las cosas. Esa ilusión me duró hasta antes de 2005, cuando el kirchnerismo empezaba a evidenciar que no se iba a desprender del aparato justicialista. Después voté a otros candidatos, siempre del ala del centroizquierda y la izquierda. Durante la crisis con la Mesa de Enlace me sentí más inclinado a apoyar al Gobierno nacional, a pesar de que pensaba que estaba manejando muy mal el asunto. Cuando perdió las elecciones de 2009, pensé que era un ciclo terminado, destinado a tratar de estirarse hasta 2011, y me equivoqué rotundamente. Cuando murió Néstor Kirchner, a diferencia de unos cuantos (ajenos y propios al Gobierno) que imaginaban un final prematuro, aventuré que Cristina Fernández iba a salir adelante, no sólo por cierta fortaleza e inteligencia que percibía en ella, sino también (y acá debo admitir que me brota lo cínico) porque siempre he intuido que en la política las muertes son una plataforma notable para agrandar lo bueno y esconder lo malo. Y creo que no me equivoqué. Hoy al proceso kirchnerista lo veo agotado, no tanto en poder político como en capacidad de innovar en la agenda política. Sólo el futuro va a decir si me equivoco o no, y deberé hacerme cargo de eso. Del kirchnerismo me quedo con el armado de la Corte Suprema, cierto impulso a determinadas causas y nociones vinculadas a los derechos humanos, el matrimonio igualitario. La asignación universal, la ley de medios, el Fútbol para Todos, la reestatización de las jubilaciones, la Reforma Política nacieron para mí de conceptos virtuosos pero que no fueron bien concretados, enviciados por los procesos. Las Leyes Blumberg, la Ley Antiterrorista, la reforma del Consejo de la Magistratura, la intervención en el INDEC, la última reforma laboral, las alianzas con los peores poderes sindicales, empresariales y políticos sólo merecen mi repudio.
3-El año pasado, más precisamente el 25 de julio, falleció Juan Carlos Seijas, mi padre. Tenía 60 años. Un día, a fines de mayo, me comentó que tenía la mano con un calambre permanente. Una semana después lo internaron, luego de detectarle un tumor. Le diagnosticaron cáncer y menos de dos meses después había muerto. Era un muy buen tipo, con todos sus defectos y virtudes, que pareció intuir que estaba en sus últimos momentos y se la pasó despidiéndose. Tuvimos nuestros altibajos, pero creo que para el momento de su muerte los habíamos superado, y hasta podíamos bromear sobre nuestras diferencias. Desearía que siguiera por acá, que hubiera conocido a mi novia, que me hubiera visto recibirme, pero bueno, la vida es así. Hace un par de semanas fui a su departamento, que ahora lo ocupa mi hermana, para probarme alguna ropa de él que todavía está por ahí. La cosa es que Juan Carloncho era un tipo de buen gusto, prolijo al extremo y tenía muy buena ropa. Pero había un problema: el muy maldito usaba la ropa como dos talles más de lo que correspondía. Entonces yo, que tengo un tamaño similar, me pongo una campera suya y termino pareciendo un miembro de la tripulación del Apolo XIII. O una camisa, y puedo pasar por el compañero latino de Don Johnson en División Miami. Cuento esto porque las muertes de los seres queridos muchas veces nos hacen idealizarlos, ponerlos en un pedestal, cuando siempre estamos hablando de personas que hicieron lo que pudieron, que tuvieron sus momentos buenos y malos, que sólo alcanzaron lo extraordinario, valga la paradoja, desde lo cotidiano. Y surge además la tentación de quedarse detenido en esa muerte, que pasa a guiar todas nuestras acciones y pensamientos. No soy un genio de la vida ni mucho menos. También entiendo que cada uno lidia con la muerte como puede. Pero sí estoy seguro de que lo más sano pasa por no congelar (y congelarse) en esa muerte, por permitirse seguir adelante. La herida no se va a ir, el dolor en un punto va a permanecer, porque la ausencia es irremplazable, el vacío imposible de llenar. A la vez, se debe permitir que esa herida cicatrice, haciendo que la muerte permanezca en nuestra memoria sin que por eso invada y defina nuestras existencias.
4-Debo decir que cuando empecé a ver a la presidente Cristina Fernández aferrándose a su vestido negro, evocando a Néstor a cada rato o pasando a recalcar que su apellido era Fernández de Kirchner (cuando antes se esforzaba por no parecer la Señora de), o a Ricardo Alfonsín usando los trajes de su padre Raúl (por más que le quedaran apretados), no pude evitar que mi sarcasmo saliera a la luz. Y me encontraba (y sigo encontrándome) haciéndome chistes internos: “¿no tendrá calor con esos trajes negros, con el sol pegándole a la tela negra? ¿Es Fernández o Fernández de Kirchner? ¿Si uso los calzoncillos de mi padre, eso tendrá algún significado espiritual?”. Creo que me salen esas expresiones porque, como dije antes, no me parece sano el aferrarse tanto a la muerte. Y como también dije antes, no soy un genio de la vida, pero he sabido seguir adelante. Eso no me hace un tipo súper maduro. Simplemente es lo que corresponde, creo yo, para uno y para los demás.
5-Un amigo me dijo hace no mucho, a propósito del segundo aniversario de la muerte de Néstor Kirchner, que “estamos asistiendo a la construcción del mito, de ese mito que se va a evocar décadas después”. Mi relación con la construcción de los mitos es ambigua. En algunos sentidos, creo que pueden generar cosas positivas en la gente, pero a la vez caer en una vocación de verdad absoluta que trasciende lo social hasta meterse en la intimidad de las personas. Esto lo noto mucho en el mito y la iconografía kirchnerista, que puede inspirar a mucha gente de forma virtuosa, pero que también en numerosas ocasiones extiende sus tentáculos hasta todos los aspectos de la cotidianeidad, con una pretensión de verdad innegable alarmante. Se parece mucho, demasiado, a una religión, en el sentido más institucional del término.
6-En lo personal, hay dos cuestiones vinculadas al Néstor mitológico que me irritan personalmente, en lo íntimo de mi ser. La primera es cuando se habla de “su Racing”. ¿Su Racing? ¿Era propietario Néstor de Racing? Yo creo que Racing es de todos (incluso cuando estaba gerenciado): mío, de mi hermano, de mi viejo, de todos los hinchas, de toda la gente del club. No de los barras bravas, de la Guardia Imperial (a la que Néstor elogió y bancó, llamando a sus miembros “amigos”). De esos energúmenos, Racing no es. La segunda es la construcción de la figura del Nestornauta y la apelación al “héroe colectivo”. El Eternauta fue, es y será una historieta con la que crecí, crezco y seguiré creciendo, a la que amé, amo y amaré. Que se la utilice de manera partidaria, sin comprenderla y analizarla de forma pertinente, me revuelve las tripas.
7-La idea de un documental sobre Néstor Kirchner, concebido desde bien adentro de las fuerzas kirchneristas, desde el comienzo me hizo ruido. No tengo problema en que se quiera realizar una obra respecto a su vida, pero creo que debe venir con una carga de pensamiento profundo. La Argentina es un país donde las heridas tardan en cicatrizar. Más de treinta años después de la muerte de Perón, a casi setenta del nacimiento del peronismo, todavía hay mesas donde discusiones vinculadas a esos temas pueden terminar a las piñas. Creo que es porque hay gente que vivió esas épocas y tienen opiniones contrapuestas: muchos dirán que la calidad de sus vidas se elevó como nunca antes, pero mucho otros dirán (como mi abuelo, por ejemplo, que terminó como preso político), que fueron perseguidos y la pasaron muy mal. En ambos casos sus opiniones serían atendibles, y a la vez irreconciliables entre sí. Con el kirchnerismo pasa algo parecido. Muchos podrán sostener que fueron escuchados y atendidos por primera vez en mucho tiempo (pienso en las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo), pero otros (como los familiares de los muertos en Once, o los trabajadores del INDEC) dirán que les cerraron las puertas, que los oprimieron y reprimieron. El nombre de Néstor Kirchner no causa precisamente unanimidad, y hablar sobre él constituye un desafío retórico y lingüístico de proporciones.
8-Desde antes de ver el film, debo admitirlo, ya tenía unos cuantos prejuicios. No sólo por la cuestión de abordar a una figura histórica tan actual. En primera instancia, no tenía las mejores referencias sobre Paula de Luque, de quien me habían dicho que su largometraje Juan y Eva nunca conseguía salir de lo esquemático cuando pensaba los procesos históricos. Luego, por la cantidad de salas en que se iba a estrenar la película: en un país donde muchísimos films deben esperar demasiado tiempo para estrenarse, y cuando lo hacen llegan a una o dos salas, lanzándose hasta cuatro o cinco al mismo tiempo (y por ende, pisándose), que Néstor Kirchner, la película arribe a más de 120 cines no sólo es una exageración en la muestra de poder político y comercial, sino hasta una táctica monopólica desde el Estado: es una acción muy al estilo Clarín. Finalmente, el eslogan: “la historia del hombre que cambió la Argentina”. ¿Tan seguros estamos de que la cambió? ¿La cambió para bien o para mal? Y principalmente ¿por qué un film concebido desde las entrañas de un “movimiento” (y recalco la palabra movimiento, porque es muy importante) sostiene que a un país lo cambió UN hombre, apenas UN hombre? Creo que lo último me hace mucho ruido porque soy de los que piensan que a las naciones y sus rumbos los cambian las masas, los movimientos, los pueblos tomando conciencia de su poder colectivo, a lo sumo liderados por personas destacadas. Líderes de procesos, proyectos y movimientos, sí. Héroes, no.
9-Habrán notado que hasta ahora no he escrito una línea del film en sí. Eso sucede porque en la película hay poco y nada de cine. Néstor Kirchner es un film que no confía en sus propias imágenes, en el poder que ellas poseen a nivel espacio-temporal. Siempre necesita de la música de Santaolalla, de sonidos artificiales en off, de la repetición y el subrayado, delatando además que no confía en las capacidades y formaciones de su público. Como no puede alcanzar cualidades cinematográficas, se dedica a tratar de imponerse como una verdad indiscutible, presentando villanos absolutos (el Proceso, Bush, Clarín, Magnetto, la Mesa de Enlace, Cobos) y un prócer sobrehumano (porque nunca se lo ve en su real faceta humana), a los que nunca se toma el trabajo de analizar dentro de los procesos históricos. Lo único que hay son afirmaciones tajantes, siguiendo las mismas pautas autoritarias desde lo temático y lo sentimental de Iluminados por el fuego.
9-Aún así, dentro del esquema de razonamiento según el cual N.K. fue una especie de superhéroe enfrentado a terribles enemigos, frente a los cuales siempre hizo lo correcto (de hecho, nunca se equivoca, todas sus acciones están justificadas), a esa grandilocuente respuesta que es el documental se le escapa la tortuga, dejando, valga la paradoja, unas cuantas preguntas: ¿qué pensaba Kirchner de Alfonsín? ¿Cómo manejó, siendo gobernador de Santa Cruz, la relación con el Gobierno nacional de Menem? ¿Dónde estuvo y qué hizo durante el 2001? ¿Cómo evolucionó su relación con Duhalde? ¿Qué pensaban de él sus rivales políticos (el film sólo presenta amigos, compañeros, aliados, y hasta se da el lujo de mostrar una breve pero innecesaria entrevista a Gioja)? ¿Y por qué no se dice nada del matrimonio igualitario? En una entrevista aquí publicada, Paula de Luque aseveró que su documental es no sólo para los kirchneristas, sino también para los no-kirchneristas, porque busca retratar al Néstor militante y su historia dentro de la Gran Historia. Debo decir que, lamentablemente, es todo lo contrario: ni siquiera es útil para los militantes K, porque jamás piensa a su líder en el contexto histórico nacional, regional y mundial. Es, a lo sumo, otro engranaje de una propaganda partidaria cada vez más encerrada en sí misma.
10-Hay dos secuencias bastante indignantes en el documental (y acá no me queda otra que meterme de lleno en lo político). Me refiero primero a una de las secuencias finales, en las que se juntan a varias personas que a lo largo del relato contaron historias personales en las que Kirchner tuvo un papel preponderante, sacándolos de la miseria y devolviéndoles las esperanzas. Ese grupo de repente mira hacia el cielo, desde donde empiezan a caer panaderos, casi como si estuviera nevando. Entendí la metáfora y la intención poética: allá, en el cielo, está Nestor, el Nestornauta, quien le cumplió al pueblo todos sus deseos…. También entiendo lo siguiente: es una idea obvia, fea, mal filmada y, principalmente, con un peligroso sentido paternalista.
La otra es la peor de todas, y ya se ha dicho mucho, pero no viene mal volver a mencionarla. Me refiero al montaje de las vías de tren donde aparece sobreimpreso el rostro de Mariano Ferreyra (con la voz en off de un noticiero que informa que la muerte del militante del Partido Obrero se dio en circunstancias de enfrentamiento entre fuerzas sindicales), para luego seguir con las imágenes de la muerte de Néstor Kirchner. Las intenciones son palpables: vincular a ambos como militantes, decir (gritar más bien) que la muerte de Mariano impactó tanto en Néstor que le ocasionó la muerte. Pero no fue así. No, no, no. NO. Néstor se murió en su casa, de un ataque cardíaco, rodeado de sus seres queridos. A Mariano lo asesinaron a sangre fría, de la forma más miserable. No fue en un enfrentamiento, fue en una carnicería, donde las armas y la convicción plena de matar estaban de un solo lado. Y hay que lavarse la cara con cemento para no reconocer las enormes responsabilidades políticas (y hasta penales) del Gobierno nacional en esa muerte. Hubo un jefe de Gabinete llamado Aníbal Fernández que dijo que la policía había actuado de la forma correcta, para luego comprobarse que habían dejado la zona liberada; un ministro de Trabajo dialogando por teléfono con José Pedraza, el ideólogo principal de la masacre, para ver cómo arreglaban el asunto sin alterar los esquemas de poder; y toda una serie de fotos, reuniones y actos que prueban los estrechos vínculos entre la pata sindical y la pata política. Hay verdades que son ineludibles y que no pueden reescritas con los codos. No hay derecho. NO HAY DERECHO.