EL TRIUNFO DE LA MEDIOCRIDAD
La característica principal de este documental centrado en la figura de Néstor Kirchner es la mediocridad. Sin rumbo y torcido hacia un relato coyuntural, la película desperdicia cualquier chance de volverse interesante.
En el momento de su estreno es casi imposible separar a una película de su contexto. Las críticas, incluso esta, están teñidas por ese contexto. No está mal que así sea. Pero también hay que mirar más allá, hay que ver lo que hay en la pantalla, separado de ese contexto y evaluar su valor. Ninguna película está sola en la historia del cine, pero las películas a su vez deben ser pensadas de forma individual. Ambas cosas deberán ser tomadas en cuenta. Antes del estreno de esta película, todos hablaban ya –con razón- de un cine de propaganda. El cine de propaganda es un cine panfletario asociado al poder de turno. Es decir, si uno hace un panfleto peronista en un momento en el cual el peronismo no está en el poder, ese panfleto no es cine de propaganda. Es más, ese panfleto tiene, al menos en ese aspecto, más dignidad que el cine de propaganda. ¿Cuál es el objetivo de hacer un film respaldando algo que tiene poder? La confirmación y la apuesta a la continuidad de ese poder. Solemos asociar el cine de propaganda a los regímenes totalitarios, porque estos son los que suelen hacer el cine de propaganda más explícito y con menor nivel de complejidad artística. El caso más famoso y más citado será siempre El triunfo de la voluntad (1935) de Leni Riefenstahl. Claro que su mirada del nazismo no estaba exenta de notables recursos visuales, lo que le ha dado aun más fama y ha generado más polémica alrededor de aquel film. Néstor Kirchner: la película está en las antípodas artísticas de Riefenstahl, ya que Paula de Luque no contó ni con los recursos, ni el talento para conseguir un peligroso y efectivo film de propaganda. El cine de propaganda no es solo de los nazis, que quede claro, a lo largo y a lo ancho del mundo, los soviéticos, los norteamericanos, los cubanos, los argentinos, los italianos, prácticamente en todo el mundo han existido ejemplos de cine de propaganda. No todos tan nefastos como El triunfo de la voluntad, pero siempre limitados por su espíritu de propaganda. ¿Acaso no sería Casablanca, a su manera, una propaganda? La obra maestra de Michael Curtiz se podría resumir así: Estados Unidos (Rick) debe dejar de ser neutral e intervenir en los conflictos internacionales para solucionarlos. Claro, es una posible lectura que convive con otras lecturas, niveles, matices y docenas de recursos maravillosos, que incluyen el humor, el entretenimiento, la inteligencia en todas sus formas, incluyendo la emoción. Y hay cientos de ejemplos así. Casablanca, fuera de contexto, se eleva como obra de arte, porque más allá de su función coyuntural, es una excelente película. Cuando el objetivo central es panfletario, cuando la mediocridad comanda un proyecto, la posibilidades de éxito se vuelven escasas. Néstor Kirchner: la película, es un ejemplo, entre muchos otros, de esta mediocridad. Ya se ha vuelto una pequeña historia paralela el como el proyecto original lo tenía Israel Adrián Caetano (el gran director de Pizza, birra, faso, Bolivia y Un oso rojo), y se alejó por diferencias artísticas. Por lo que uno no puede dejar de sospechar (y es sospecha, no certeza) que la mediocridad final de la película fue buscada. En tanto que la mediocridad no tiene riesgo, no tiene matices, no tiene forma, no tiene vida.
El cine argentino ha tenido mucho cine de propaganda, porque ha tenido mucho cine político. Y no siempre el cine de propaganda ha tenido que ver con defender gobiernos totalitarios, aunque en muchos casos sí. Hay ejemplos memorables, como Después del silencio de Lucas Demare, film de ficción, propagandístico hecho en… ¡1956! Es decir un año después del derrocamiento de Perón. La última dictadura militar supo también tener un cine de propaganda, acorde también al período. La fiesta de todos (1979), festejo del Mundial de fútbol con muchas y variadas bajadas de línea, bajo la dirección de Sergio Renán es un ejemplo, así como también son un claro ejemplo varios de los films dirigidos, producidos y protagonizados por Palito Ortega en aquellos años. La obra de Ortega solo existió durante esos años y su nivel propagandístico salta a la vista. ¿Cómo eran esas películas? Infantiles en la construcción, paupérrimas en la realización, nefastas en las ideas. Pero como dije, el cine de propaganda no es solo para las dictaduras, la democracia también tuvo sus ejemplos. Un gran ejemplo es, claro el díptico de La república perdida y La república perdida II, hechas durante el alfonsinismo, películas que no soportan el más mínimo análisis ideológico sin caerse a pedazos. Durante la última década existió un acercamiento a un cine político que bordeaba permanentemente la propaganda, pero de todos los films susceptibles de ser ubicados en esa categoría, sólo Eva de la Argentina parecía quedar claramente como un ejemplo de cine de propaganda urgente, hecho con desprolijidad y pocas ideas. Al mismo tiempo que se estrena Néstor Kirchner: la película, el canal del estado emite una serie documental de ocho capítulos llamada Clarín: un invento argentino. Aun para los admiradores de Kirchner, ver como una biografía sobre él se termina desviando hacia una guerra sin cuartel contra un grupo mediático resultará triste, además de confuso. Y el resultado, efímero, pasajero, lleno de odio y no del amor que tanto intenta pregonar el film sin conseguirlo.
Hace pocos días murió Leonardo Favio. Para los que nos dedicamos a la crítica cinematográfica, Favio era un nombre que inevitablemente iba a surgir frente a este estreno. Favio no tuvo que presenciar que usáramos su película Perón Sinfonía de un sentimiento para demostrar como se puede hacer un documental alrededor de una figura política. El Perón de Favio se hizo en la década del 90. Se trata de un descomunal documental de seis horas que nunca logró un estreno comercial y que fue creciendo en el boca a boca a lo largo de los años, consiguiéndose de diferentes formas y siendo exhibido en televisión completo. Favio es totalmente peronista. Su obra es peronista de punta a punta, pero quienes no sean peronistas igual se conmueven con la mirada de un artista acerca de un hombre, una mujer, un movimiento y un pueblo. La película de Favio es panfletaria, aunque no se le puede llamar propagandística, porque no sirvió en nada al poder cuando se hizo. Imagino que si Néstor Kirchner: la películala hubiera hecho Caetano, tampoco habría servido al poder. El primer amo al que debe responder un director es el cine, luego viene todo lo demás, sino no hay obra. Favio es desaforado, inocente, astuto, poético, emotivo, brillante. Su manipulación del material es indiscutible pero no son discutibles sus puntos de vista, sus ideas, su pasión. Sabía lo que hacía y se notaba. Cuando Paula de Luque (quien ya dirigió varios largometrajes, incluyendo Juan y Eva el año pasado) se pone al frente de este documental tan complicado, no logra que veamos esa convicción, esa pasión, esa emoción. Realizada con demasiadas limitaciones, Néstor Kirchner: la películaes esclava del mismo contexto que le ha permitido estrenar en la absurda cifra de ciento veinte salas y tener una premiere en el Luna Park. Estos vientos a favor que la película tiene, le juegan muy en contra, principalmente en la realización, que es lo único que sobrevive a la coyuntura en el caso de ser buena. Entrevistas cortadas con veloces fundidos a negro, no una, sino diez veces, hablan de una falta de criterio estético, porque luego ese abuso no se repite. Hay un interesante riesgo en no poner ni uno solo de los nombres de los que participan de las entrevistas, pero esto sin duda le augura al film una incomprensible lectura en el futuro, ya que son muchos los entrevistados. La voz en off, non plus ultra de la manipulación en el documental, no tiene aquí una presencia tradicional, algo que también podría estar bien. Pero es reemplazada por un gran número de testimonios armados con voz en off. Este recurso le permite al film fingir que no tiene voz en off, y con los testimonios armar una tan manipuladora como la más común y antigua de las voces en off. Inventados sobre la marcha parecen los recursos. Si hasta la historia del chico del violín es más clara e interesante cuando en la televisión oficial lo entrevistaron al propio chico. La película elige, claro, los rasgos que cree más positivos (y ni uno solo ambiguo o negativo) sobre el ex presidente, pero en lugar de elevarlos, los aplasta. Seguro que las historias elegidas son más interesantes en la vida real. El mal cine, achica la vida, la reduce, no la ilumina, no la destaca.
En la premiere de la película, antes de verla, una actriz dijo: Esta película servirá para que dentro de 50 años los chicos sepan quien era Néstor Kirchner. Si ese era el objetivo de la película hay que decir que, si algo queda claro, es que esta película no sirve para que alguien entienda quien era Néstor Kirchner. Su confusión visual, su poco astuta manipulación, su torpeza narrativa y sus momentos de didactismo no la convierten en una buena guía para entender a Néstor Kirchner como no serviría para entender a ninguna otra persona o época. Un excelente ejemplo es la muerte del protagonista. La inmensa mayoría de los espectadores pensará –nos ocurrió a todos en la función de prensa-, por la música ominosa y las imágenes de vías y trenes, que Kirchner murió en un accidente de tren. Hoy por hoy, eso significa la Masacre de Once, algo que el Gobierno kirchnerista de Cristina Fernández insiste en tapar. En 50 años hay más chances de que los chicos piensen: A Kirchner lo pisó un tren o se murió en esa tragedia que pensar que esa escena representa el asesinato de Mariano Ferreyra, que aparece después en una breve sobreimpresión. Entiendo la metáfora que quieren instalar, ya que luego de esa imagen –incomprensible si se la saca de contexto- se pasa directo al velorio del ex presidente. Esa escena encierra el gran problema de la película. Atrapada en su intención absolutamente coyuntural, buscando maquillar la propaganda, se intenta generar algunas metáforas poéticas y políticas a la vez. Pero la falta de talento, de imaginación, y sobre todo la falta de libertad creativa, la enredan a punto tal de no servir ni siquiera como panfleto. La escena final, la única donde el film se delira hacia un misticismo digno de un folleto religioso evangelista, cae una vez más en la confusión. ¿Qué significa exactamente ese momento? Cualquier cosa podría significar si fueran imágenes complejas, pero cuando se hace una película a las apuradas y sin convicción, es casi imposible lograr un discurso claro y coherente. El peor defecto de Néstor Kirchner: la película, es su aplastante mediocridad.