Entre 10 cortos, al menos tres o cuatro mantienen cierto interés.
Que un tipo como Brett Ratner haya sido elegido para dirigir uno de los cortos que integran New York, I love you nos ponía en situación de la medianía del asunto. Y eso no es lo peor, sino el hecho de saber que el corto que le toca en suerte, sin ser una maravilla, es uno de los más efectivos. Realmente estamos ante un verdadero “producto”: un elemento que parece cine, es vendido y promocionado como cine, pero definitivamente no lo es. Apenas será un rejunte de ideas empaquetadas con envoltorios refinados, como para que uno pueda notar la presencia de cada director, pero sin la más mínima gracia.
Justo es decir que entre 10 cortos, al menos tres o cuatro mantienen cierto interés y sobresalen. No está nada mal el de Allen Hughes, muy afrancesado con sus voces en off y su paseo nocturno de dos posibles amantes; tampoco el de Yvan Attal, sobre todo por cuatro actuaciones descollantes: Ethan Hawke, Maggie Q, Chris Cooper y Robin Wright Penn; y convocan a la simpatía los de Joshua Marston (con Eli Wallach y Cloris Leachman) y Shunji Iwai (con Orlando Bloom y Christina Ricci). El resto, de mediocre para malo, destacándose entre lo olvidable esa cosa pedante y qualité de Shekhar Kapur.
Lo que más preocupa de algo como esto es que hay gente que construya cine como quien diseña un auto: le ponemos “i love you” a cualquier ciudad, convocamos un grupo de actores conocidos y directores célebres, si destilan algún tufillo de prestigio mucho mejor, y lo empaquetamos con una fotografía refinada para ponerlo en la vidriera. Y todos aparecen en plan: “oh, estamos haciendo algo importante”. Teniendo en cuenta los nombres que estaban en París je t’aime y los que vemos ahora, imaginamos que para cuando lleguen a Singapur, I love you hasta Rodolfo Ledo podría tener chances.
Amén de su intrascendencia, un mal del 75 % del cine que se estrena todos los jueves, el peor de los pecados de New York, I love you es que aburre y genera poco interés. Pocas historias relevantes, escaso virtuosismo formal, como si cada uno hubiera sentido como un trámite el hecho de tener que filmar una historia de amor en New York. Si el cine del presente confía en estos nombres para continuar el legado, ahí me sumaría a quienes vaticinan la muerte del cine. Porque esto no es ni bueno ni malo -que en el fondo es amor-: es irrelevante.