Este film sobre mujeres que a partir de una lucha sindical deciden publicar lo que puede reconocerse como el primer periódico anarcofeminista de la Argentina tiene un guión elemental y todo lo interesante de la propuesta se desdibuja.
Es común enfrentarse con películas que, como esta realización de Laura Mañá, conjugan indudable interés temático, una producción nada desdeñable y bien realizada, con un guión definitivamente mal trabajado y actuaciones absolutamente desparejas. Estos dos tópicos son lamentablemente demasiado frecuentes.
Todo esto ocurre, simultáneamente en Ni dios, ni patrón, ni marido. El título, clara referencia del ideario feminista y anarquista, da cuenta de las claves que articulan la trama. Expulsada de Rosario, donde la policía la prefiere alejada antes que presa, Virginia Volten (Tobal), llega a Buenos Aires. Allí es amparada por un zapatero socialista (Dumont) y una amiga, trabajadora textil (Novoa). Ante el despido injusto de una obrera por parte del patrón (Marrale), las mujeres comienzan un movimiento de protesta. Organizadas tras el liderazgo de Volten, deciden publicar lo que puede reconocerse como el primer periódico anarcofeminista de nuestro país, La voz de mujer. En ese momento se les suma (en la mezcla de ficción e historia que constituye el entramado de la película) Lucía Boldoni (Goris), una estrella de la ópera, rebelde entre los poderosos. Y con ella la historia de amor, absolutamente innecesaria e intrascendente, pero que pretende utilizarse para contar, con más obviedades y desaciertos que pericia, los entramados del poder político, económico y simbólico.
Mañá, directora catalana, desarrolla un relato simplista que desconoce condiciones históricas, políticas y de género reales y concretas, que hubieran permitido mayor profundidad al relato. A partir de ese guión elemental, todo lo interesante en el origen se desdibuja. Los personajes carecen de interioridad, son solo figuras para la exterioridad y esa pobreza se nota en el trabajo de los actores con sus caracteres. Si bien no todos comenten los excesos insoportables en los que caen Goris y Marrale, los personajes carecen de las vibraciones y los tonos de un relato que supone una tensión histórico política.
Con un lamentable derroche de esfuerzo de producción, Ni dios ni patrón ni marido es, sin embargo, una puerta abierta a la posibilidad de advertir que, en el relato histórico, existe en la cinematografía local una deuda que puede ser saldada con temas todavía ocultados.