Un reclamo vigente
Mujeres que luchan en una sociedad que la oprime y las ignora, en Ni dios, ni patrón, ni marido.
La historia transcurre a finales del siglo XIX. A simple vista, podríamos decir que desde aquel momento hasta ahora ha pasado mucha agua bajo el puente... Sin embargo, también se hace evidente que todavía hay escollos que resolver (una feroz flexibilización laboral que está lejos de desmembrarse, una iglesia con demasiada injerencia en el Estado) y que sirven como diques para impedir el libre fluido de ideas y hechos que vehiculicen mejoras al común de la sociedad. Es por eso que, más allá de la distancia temporal, los conflictos que viven las protagonistas de la película pueden resultarnos aún bastante cercanos.
Ni dios, ni patrón, ni marido comienza cuando la joven anarquista Virginia Bolten (una medida Eugenia Tobal), llega a Buenos Aires. Allí se encuentra Matilde (Laura Novoa, en una de sus mejores interpretaciones cinematográficas), su amiga porteña, obrera en el taller de costura del déspota e inescrupuloso italiano Genaro Volpon (Jorge Marrale). No pasará mucho tiempo para que Virginia concientice a Matilde sobre su situación y la importancia de defender sus derechos. Poco menos costará que sus compañeras abracen, también, esa lucha, empujadas por los vejámenes e injusticias a las que son sometidas.
Con la ayuda de las operarias, Virginia comienza a darle forma a un viejo proyecto: editar "La voz de la mujer" un periódico que denuncie el doble atropello al que son sometidas las mujeres trabajadoras, tanto por su condición de clase como de género. Más allá de un pequeño pantallazo de la relación entre una de estas mujeres y su marido, esta parte de la historia se basa, netamente, en la lucha intelectual - que en algún momento se volverá física- por conseguir un atisbo de igualdad.
El eje romántico y glamoroso de la historia comienza -y transcurre- lejos del taller. Como si se tratase de otro mundo (y de otra película, por momentos), irrumpe en escena Lucía Boldoni (una genial Esther Goris), Prima Donna de la lírica. Esta mujer festejada debido a sus dotes artísticas por la clase alta se permite vivir una relación informal con un senador de estirpe conservadora y termina enamorándose tórridamente de un hombre mucho más joven que ella (Joaquín Furriel). Su asistente es el hermano de Matilde y, un poco sumida en su propia problemática sentimental y otro poco por su incipiente conciencia social, se ve inmiscuida en la lucha de estas mujeres con las que, a simple vista, podría decirse que no tiene demasiado en común.
Si bien Ni dios... recrea una historia real, es por momentos forzada la interacción entre estas mujeres tan distintas. No solo son diferentes Matilde y Lucía. También lo son Virginia y las operarias. Sin embargo, la cuestión de género pareciera funcionar como una ligazón mágica (y algo forzada, claro).
Con buenas actuaciones de las tres protagonistas y de Daniel Fanego (como el senador), el recientemente desaparecido Ulises Dumont (como un anarquista que se debate entre ayudarlas o creerlas suicidas en potencia), Alejandra Darín y María Alché (madre e hija, objetos de deseo del dueño del taller), la película cuenta con buenos momentos dramáticos que terminan diluyéndose en medio de situaciones que se adivinan simplificadas. De todos modos, cumple con la premisa de mostrar que muchas de las consignas que esas mujeres defendían aún antes de que el feminismo existiera como tal, cuentan hoy con los mismos obstáculos que impiden su concreción.