La política que quería vivir
¿Qué tienen en común la próxima esperanza de la política estadounidense y un periodista que toma tequila de una bolsa Ziploc? Apenas dos cosas: se conocen de la adolescencia (en ese momento él la besó con valentía pero no pudo ocultar su erección) y ambos son seres humanos con modales vikingos como cualquier otro. Charlotte Field, la secretaria de estado de los EE.UU., puede negociar el rescate de un soldado en territorio enemigo, pero ¡qué mal come pollo con las manos! Tanto es así que cuando hay brochettes en un evento el protocolo aviar se activa: los asistentes forman un muro humano para que ella pueda devorar el manjar toda enchastrada y feliz.
Ni en tus sueños sabe que la política es un ambiente frío, en donde el amor es tan estratégico como una campaña electoral; el romance lucrativo entre la Secretaria de Estado americana y el Primer Ministro canadiense se especula con la misma seriedad con que se declaran las guerras entre dos naciones. En este mundo, en el que todos usan ropa aburrida y colores apagados, Seth Rogen interpreta a un tipo que sabe llamar la atención: barba desaliñada, gorrita infantil, campera extravagante y pantalones de trekking sacados de Timberland.
Al principio, Charlotte (Charlize Theron) lanza miradas de reconocimiento. ¿Ese es Fred Flarsky? El director Jonathan Levine filma el reencuentro (ella era su niñera, apenas más grande que él) con esa mezcla de incomodidad y calidez propia de dos personas que saben que existe una deuda en común. Ella lo llama por medio de sus guardaespaldas y la naturalidad se enciende de una forma tan inmediata, tan gratificante de ver en pantalla que uno podría admirar para siempre la química que estos dos actores le inyectan a sus personajes.
La idea de Charlotte es realizar una gira mundial junto a sus asistentes (personajes secundarios exquisitos a cargo de June Diane Raphael y Ravi Patel) y presentar un acuerdo ambiental que servirá como plataforma para el anuncio de su candidatura presidencial. Charlotte apura a Fred tras ofrecerle ser escritor de sus discursos: “¿Tenés algo más importante que hacer?”. El momento invierte los roles clásicos de poder, con ella abalanzándose sobre él, tal como lo enseñaron Howard Hawks y Preston Sturges. “¿Salvar el mundo con vos? No, sí, está bien”, titubea él, apichonado.
El resto es, directamente, una delicia propia de las mejores comedias románticas. En Ni en tus sueños, hay reverencia por lo aprendido. Los diálogos -a cargo de los guionistas Dan Sterling y Liz Hannah- homenajean la velocidad de los films de Hawks, la crítica hacia la realidad es subterránea como en Lubitsch y el director Jonathan Levine nos devuelve el encanto perdido de films como Presidente por un día y Mi querido presidente.
Con el motivo de preparar discursos más seductores, Fred se acerca a Charlotte para conocerla bien y, de paso, recuperar algo de tiempo perdido. En uno de los puntos de la gira llegan a Buenos Aires. Ahí también está el Primer Ministro de Canadá, con su sonrisa horrible y su actitud a lo Justin Trudeau. Él insiste en bailar una pieza con ella. Por supuesto sonará tango y por supuesto será “Por una cabeza”. Todos aplauden. Demasiado estereotipado, ¿no?
Ahora lee esto. Unos minutos después, ambos se encuentran en una sala deshabitada. Las sillas están apiladas y en la mesa hay copas que esa noche no se usarán. Una luz tenue atraviesa las cortinas rojas y se mezcla con el vestido también rojo de ella. Fred está impecable: peinado, bien afeitado, con un traje acorde a la ocasión. Él no tendrá el poder de un político liberal, pero sabe cuándo generar un momento único. Agarra su teléfono, reproduce “It must have been love”, de Roxette y comienza a bailar. Ella lo sigue, al principio cerca y luego separada con los brazos casi en 90 grados, como si fuesen antenas que reciben las ondas musicales.
Ni en tus sueños no necesita renegar por la realidad estadounidense. Si bien el presidente personificado por Bob Odenkirk responde a la incapacidad de ya-sabemos-quién, Levine no permite que la crítica se anteponga a los personajes. El Mal está ahí (mandatarios inútiles, dueños de la prensa más venenosa) y los protagonistas lo deben enfrentar. Que en la política todo es posible ya lo sabemos. A veces olvidamos que también el amor es el terreno de lo imprevisible y películas como Ni en tus sueños aparecen milagrosamente para recordárnoslo.