SOBRE LUGARES, Y CÓMO SALIR DE ELLOS
Como suele ocurrir en la comedia romántica, los personajes se encuentran al comienzo del relato parados en un lugar del que, necesariamente, se deben mover para alcanzar el objetivo final: que es, claro que sí, el de encontrar el amor de la persona indicada. Es un género con sus reglas propias, con múltiples lugares comunes que la componen, pero también un territorio permeable a los vientos de cada época, especialmente porque están en juego los otros géneros, esos que hoy se encuentran en absoluta reconstrucción (y hablamos básicamente de la comedia romántica heterosexual, que es la que necesita reacomodarse al tiempo con el que dialoga). Tal vez sea por eso, también, que la comedia romántica es un género en desuso, porque no ha sabido pensarse y redefinirse en un tiempo donde la mujer ocupa un rol diferente o, al menos, lucha por torcer el camino impuesto culturalmente. O, en una teoría que abono con energía, porque los tiempos actuales son tan cínicos que no aceptan el tipo de historias que el género cuenta. Ni en tus sueños es, en ese sentido, una comedia romántica que hace autoconsciente ese proceso social y que lo expone con raptos de inteligencia y con algunas torpezas, pero que hace de los lugares y las formas de evasión su impronta fundamental.
En el film de Jonathan Levine tenemos a Charlotte Field (Charlize Theron) como una Secretaria de Estado del gobierno norteamericano con chances de ser la primera Presidente del país, y a Fred Flarsky (Seth Rogen) como un periodista desempleado que termina escribiéndole los discursos a Field. Ambos tienen una historia previa en común: ella había sido niñera de él y fue su primer gran amor. La estructura sobre la que trabaja Ni en tus sueños (horrible título local que connota algo que la película nunca pone en crisis) es la tradicional, con los diferentes que se terminan atrayendo, con los giros que llevan a la pelea y la posterior reconciliación de la pareja, y con la comedia balanceándose con el drama amoroso. Pero la gracia están en los detalles, en cómo amalgama diversas posibilidades y las hace funcionar en su andamiaje narrativo: hay un aspecto visual lujoso, una aproximación a los personajes (sobre todo en la Charlotte de Theron) que se impregna del mito de las estrellas (y en todo esto el film de Levine parece estar invocando al cine clásico norteamericano, como lo hacía la encantadora Mi querido presidente, de Rob Reiner), pero también la contemporaneidad de la comedia a lo Judd Apatow que baja cierto verosímil a un terreno más mundano. En este sentido la presencia de Rogen es clave: habla de un tipo de comedia que, en apariencia, nunca podría coexistir con aquellas otras superficies un poco más sofisticadas. Pero Levine lo logra a partir de una muy ajustada puesta en escena capaz de imbricar el humor verbal con el slapstick, lo escatológico con lo sensible. La cima de todo esto es una secuencia musicalizada con It must have been love, de Roxette, donde lo sexual y lo sensual se dan la mano con el romanticismo y lo emotivo. Ahí, en ese momento, uno cree que Charlotte y Fred se enamoraron, y eso es algo que no muchas comedias románticas logran.
Ni en tus sueños es una comedia romántica contemporánea y autoconsciente que nunca desprecia la esencia, no se vuelve cínica como podía ocurrirle a Apatow en algunos de sus ejercicios metalingüísticos. Tal vez utiliza su subtrama política para serlo un poco, pero hay un nivel de sátira que la vuelve divertida e incluso la presencia de Bob Odenkirk como el Presidente de los Estados Unidos (la idea más brillante de toda la película) incorpora la humanidad que el actor sabe darle a personajes reptiles y sibilinos. Lo fundamental entonces en Ni en tus sueños es cómo no sólo los personajes aprenden y se corren de los lugares que ocupaban (ella en la política, él en su progresismo bien-pensante), pero también la comedia romántica toma distancia del conservadurismo y la comedia contemporánea abraza cierto clasicismo sin sentir culpa. Y en el camino Rogen puede darle una vuelta de tuerca a su slacker fumón y Theron puede desarrollar una heroína romántica que no debe dejar atrás sus deseos para cumplir objetivos, más bien pensar qué lugar está ocupando y cómo debe correrse. Lo interesante en el trabajo de Levine es que logra hacer conscientes todos estos procedimientos sin que nunca atenten contra la fluidez narrativa de la película. Y uno encuentra, hacia el final, que los personajes han cambiado radicalmente sin perder su esencia y mucho menos su lógica.