¿Hubo lugar para los sueños?
La nueva obra de Nicolás Savignone (Los desechables) nos relata las reacciones de un grupo de jóvenes que es llamado a luchar en la Guerra de las Malvinas. Una película que indaga en un suceso histórico argentino para construir la perspectiva de miles de sueños que quedaron truncos y de unos pocos que pudieron cumplirse.
Matías, interpretado por Juan Grandinetti (Pinamar), tiene 19 años, viene de hacer la colimba, toca el bajo y su anhelo es viajar a España para estudiar música. Estamos en el año 1982 y las referencias de la época son claras. Un país que viene de ser campeón del mundo, enceguecido, con una juventud sucumbida por la dictadura militar. Inspirado en un recuerdo de su infancia, Savignone se arriesga al tocar un tema sensible para cualquier argentino y los resultados son satisfactorios.
El desaliento, la incertidumbre y el miedo de los jóvenes son evidentes en cada escena de Ni héroe ni traidor. La obra nos clarifica a raíz de pequeños indicios la ingenuidad vivida en aquel tiempo, los temores, el hecho de crecer de golpe y el festejo, a través de canticos victoriosos, de una aberración. Un pueblo oprimido por la política, una herida que siempre está latente. El arte funciona aquí como un vehículo ideal para honrar la memoria de aquellos que lo padecieron.
Con un elenco de lujo que acompaña a Grandinetti (Inés Estévez, Rafael Spregelburd, Gastón Cocchiarale, Fabián Arenillas) y filmada en 35 mm, la historia se centra en el conflicto de sus personajes con todo aquello que lo rodea, desde el espacio hasta sus vínculos. Estamos en presencia de una película que no se detiene en homenajear a los jóvenes que fueron a dar batalla, sino que nos ofrece una mirada diferente: la posibilidad de mostrarnos al desertor que decidió ir por sus sueños.
No hay dudas de que Ni héroe ni traidor se convertirá, tras el paso de los años, en un exponente de aquellas películas capaces de retratarnos la historia argentina desde un punto de vista distinto a aquel que estamos acostumbrados.