Matías tiene la típica vida de un chico de clase media de 19 años. Sus días pasan entre juegos con amigos, charlas con su novia y largas horas tocando la guitarra en su habitación mientras sueña con viajar a España para probar suerte en la música, algo que al padre (Rafael Spregelburd) no le gusta pero que la madre (Inés Estévez) apoya.
Pero la acción transcurre en Buenos Aires en abril de 1982, y Matías (Juan Grandinetti, uno de los mejores actores de su generación) recibe una convocatoria para enlistarse en las fuerzas armadas y partir hacia la Guerra de Malvinas. El modesto aunque genuino patriotismo inicial mutará en un tironeo interno entre el deber y la conciencia, entre los mandatos familiares y los temores ante la inminencia de un viaje al frente de batalla.
Dirigida por Nicolás Savignone, Ni héroe ni traidor se mueve alrededor de la disyuntiva sobre si acudir o no a la convocatoria, una decisión para nada sencilla que involucra también el deseo y la voluntad de sus amigos. En ese sentido, la película es respetuosa de esos jóvenes dubitativos y vacilantes, a quienes muestra atravesados por la contrariedad y el miedo, la adrenalina y los nervios sin caer en el juzgamiento o la bajada de línea.