Con un enfoque diferente a todo lo visto sobre Malvinas, «Ni héroe, ni traidor» reflexiona sobre el «… alguien tiene que ir» frente a los telegramas que convocan al frente de batalla
El cine nacional, se ha ocupado en reiteradas ocasiones de un tema tan central en la historia reciente de nuestro país como ha sido la Guerra de Malvinas. Los exponentes van desde una mirada dentro de las propias trincheras como en “Iluminados por el Fuego” de Tristán Bauer o lo mostrado en “Soldado argentino sólo conocido por Dios”, hasta una película icónica de los ´80 cuando en un momento en donde la herida se encontraba todavía muy abierta, un director como Bebe Kamin se animaba a ponerlo en pantalla grande ´-apenas dos años después de lo sucedido- con fue “Los Chicos de la Guerra”.
Documentales como “Hundan el Belgrano” o la fallida experiencia de “Fuckland” también abordaron el tema desde puntos de vista diferentes y, recientemente, el trabajo teatral de Lola Arias en donde en un formato de diario íntimo se reencuentran ex combatientes argentinos e ingleses en “Campo Minado”, que luego fue plasmado en la pantalla con tintes de biodrama para ese trabajo que cierra el díptico, “Teatro de Guerra”, indudablemente uno de los trabajos más creativos, reflexivos y profundos sobre este tema.
Ahora es el turno de “NI HÉROE NI TRAIDOR” la nueva película de Nicolás Savignone que si bien vuelve sobre Malvinas, lo hace desde un lugar completamente diferente y lo atractivo de la propuesta es justamente este punto de vista inédito, desde el que no se había sido abordado este tema, dentro de ninguna película nacional.
Matías (Juan Grandinetti) pasa sus horas tocando el bajo, acaba de terminar el servicio militar y su única motivación –además del vínculo con su novia- parece ser ese sueño de irse a vivir a España, y poder desarrollar allí su carrera estudiando música.
Pero no estamos en un momento cualquiera de nuestro país: desde el inicio la narración brinda claras referencias al tiempo en que transcurre la historia (ya sea desde una radio, desde un diario, desde la vestimenta, algún poster futbolístico, o cualquiera de las diferentes marcas que aparecen desde una cuidada reconstrucción de época): corre el mes de Marzo, Abril de 1982 y los últimos coletazos del gobierno militar se imponen con la figura de Galtieri y la decisión de recuperar el territorio de las Islas Malvinas, aún a costa de una guerra completamente inexplicable.
En ese contexto, comienzan a llegar los telegramas que irán convocando a que los jóvenes que acaban de finalizar la “colimba” se presentasen para ir al combate.
En el grupo de amigos adolescentes dentro de los que se encuentra Martín, aparecerán diversas posturas: desde el miedo y la negación, el pánico y la incertidumbre, hasta el patriotismo a ultranza y esos festejos con los que el pueblo suponía que derrotaríamos a los ingleses prematuramente y toda la desinformación reinante donde se subvertía todo lo que estaba ocurriendo.
Como en un efecto dominó, el guion del propio Savignone junto a Pio Longo y Francisco Grassi, propone mostrar no solamente las implicancias que tienen estos momentos previos a las notificaciones, absolutamente decisivos en el grupo amigos sino que también abre el juego en el que sus propias familias quedan atrapadas / involucradas, manejando, manipulando, decidiendo y reforzando una situación, de por sí, emocionalmente caótica.
El estallido de la guerra subraya aún más las diferencias y dispara reacciones muy disímiles en cada uno de los personajes frente a un momento tan extremo, exponiéndolos en sus propias contradicciones, su propia ética y sus límites morales… o la ausencia de ellos.
Uno de los aciertos es como Savignone muestra las diferentes posturas de los grupos familiares a través de los vínculos de los adolescentes con sus padres. En el caso de Matías, ellos (Rafael Spregelburd e Inés Estévez en dos sólidos trabajos secundarios) responden a un esquema más tradicional en donde el padre tenía una deliberada frialdad emocional y se (pre)ocupaba más por impartir la ley dentro del hogar, y la madre parecía mucho más habilitada a flexibilizar y comunicarse desde otro lugar. Aparecen los padres más compinches (como el personaje de Fabián Arenillas) pero a costa de romper ciertos cánones de la época y, posteriormente, algunos otros vinculados con ciertos núcleos de poder, mostrarán una cierta forma de presión y de poder, tan relevantes para ese momento, con la posibilidad de que a través de algún contacto se evitase que alguno de ellos tuviera que ir obligadamente al frente.
Tanto en el diseño de arte como en la fotografía, el tono de la época es preciso, acertado, y nos zambulle en lo sucedido por aquellos días. Sin embargo, Grandinetti como el protagonista absoluto que lleva el peso dramático de la historia, no cumple demasiado con el phisique du role que le impone su papel (parece demasiado más grande) y trabaja su composición en un tono en el que le cuesta transmitir los momentos más críticos de su personaje, lo mismo sucede con el personaje de Agustín Daulte que no logra convencer en los momentos más exigidos del guion.
Gaston Cocchiarale y Verónica Gerez, en cambio, dentro del grupo de jóvenes, logran ser más convincentes y armónicos dentro del sentido de la historia y a los muy buenos trabajos ya mencionados de Spregelburd y Estévez se suman los de Mara Bestelli y Fabián Arenillas y fundamentalmente la participación especial de Héctor Bidonde en un pequeño personaje con el que demuestra que con solo un par de escenas, puede generar un impacto emotivo más que importante.
“NI HÉROE NI TRAIDOR” logra atravesar un tema difícil a través de posiciones incómodas y complejas, en una historia que no pretende en absoluto volcarse a la complacencia pero que pierde intensidad en el trabajo distante de algunos de sus protagonistas.