Muerto patriota o vivo desertor
La guerra es la más grande plaga que azota a la humanidad; destruye la religión, destruye naciones, destruye familias. Es el peor de los males", dijo el teólogo y pensador Martín Lutero. Es curiosa la ambivalencia con la que recordamos la Guerra de Malvinas en nuestro país. De víctimas y héroes es la dualidad, de inocentes que nunca debieron ir a pelear un conflicto bélico absurdo, pero de próceres de la patria. ¿Se puede ser ambas cosas?
Es la pregunta que prevalece en "Ni héroe ni traidor", filme de Nicolás Savignone en el que Martín (Juan Grandinetti), un joven músico que planea ir a España para estudiar, es citado para combatir en la Guerra de Malvinas un tiempo después de haber concluido la instrucción militar, en 1982. A partir de allí se debatirá entre la obligación patriótica o irse del país para cumplir su sueño, pero lejos de sus afectos y familia.
El conflicto nace desde el momento en el que la carta llega a manos de los padres de Martín (Inés Estévez y Rafael Spregelburd), quienes deben decidir si ayudan a su hijo o no, pues el interés paternal suele anteponerse a cualquier otro y la reflexión del filme surge de la dicotomía sobre qué vale más. El deber, el patriotismo, el destino del hombre, se enfrentan a la singularidad, al instinto de supervivencia, a la vida en sí misma.
Visto "con el diario de ayer", a sabiendas de las atrocidades cometidas por la dictatura y las devastadoras consecuencias que tuvo en nuestra sociedad la Guerra de Malvinas, y en general, con la perspectiva de 2020 sobre cómo y por qué vivimos, todo parece más simple. Pero el ejercicio que hace Savignone, de meternos en el año 1982, cuando el clima social, las actitudes del pueblo y la posición del hombre en general eran muy diferentes, genera un debate sobre temas que van más allá del episodio particular.