Comedia negra con grises
Si bien es cierto que en la última década el cine nacional se ha abierto a los géneros, aún la variedad que aborda es escasa. Por eso, una película como Ni un hombre más resulta llamativa y se distingue ante un panorama demasiado homogéneo: es una comedia negra que apuesta por la acumulación y que llega a un clímax realmente delirante y muy divertido. Encima, con esa escasa virtud del cine nacional en la presentación del producto, si tenemos en cuenta que el tráiler y el poster predisponían a lo peor, el debut en el largometraje del experimentado guionista Martín Salinas puede ser considerado una grata sorpresa. Con sus bemoles, Ni un hombre más se sostiene por un elenco que está en un equilibrio perfecto y por situaciones absurdas que dejan en evidencia un universo macabro donde la muerte se acumula en el mismo nivel que la ambición y la avaricia de los personajes.
Evidentemente Salinas conoce algo del género y tiene el ojo suficiente como para poner a Valeria Bertuccelli y Martín Piroyansky en los protagónicos, a sabiendas que ambos son de los mejores comediantes que existen actualmente en el cine nacional: tienen un registro que se evade del costumbrismo y del grotesco habitual del cine nacional, aunque saben merodearlo sin caer en el exceso. Si Bertuccelli ya lo demostró con creces, el trabajo de Piroyansky es encomiable si tenemos en cuenta que logró salirse del típico adolescente atolondrado en el que estaba encasillado. Aquí es un joven con un pasado en sombras que se enfrenta a situaciones que lo superan, pero a las que afronta con cierto carácter. Y con Bertucelli componen una improbable pareja romántica que sabe cómo jugar cada línea de diálogo: la comedia, se sabe, es una cuestión de timing. Es tiempo y espacio, aún en los diálogos. Sin embargo el director saca también buenos dividendos de Luis Ziembrowski, un actor que habitualmente está dos tonos más arriba y que encima aquí compone a un guardia con acento mesopotámico.
Pero así dicho, Ni un hombre más parecería más un producto actoral que una cuestión de puesta en escena y decisiones del director. Hay que decir, en ese sentido, que la película fusiona saludablemente algunos elementos de la comedia negra inglesa, la más tradicional de la Ealing, pero más acá en el tiempo con Tumbas al ras de la tierra de Danny Boyle o las primeras obras de Guy Ritchie y algo del cine de los hermanos Coen: los personajes suelen ser torpes, algunos llegando a la imbecilidad, pero todo está trabajado desde un absurdo bastante abstracto. Es verdad que la falta de un poco de profundidad impide que los personajes sean lo verdaderamente asquerosos que pueden serlo. Es un juego de pros y contras: porque las criaturas de Salinas son un poco más carismáticas que los de los autores de Fargo o Quémese antes de leerse entre otras miserabilidades.
Como decíamos anteriormente, es una película con sus bemoles. Y si el timing actoral en algunos casos es el adecuado, hay que decir que la película no siempre logra que esa sucesión de giros que va dando el guión fluya de la manera adecuada. Eso no desmerece el producto final, pero es cierto que los altibajos en el relato se notan, especialmente en una forzada voz en off que intenta una fallida analogía entre los personajes y la vida sexual de las iguanas. Sin embargo lo más cuestionable es un final abrupto que impide el desarrollo total de los personajes: si bien es evidente el trabajo de guión para ir acumulando personajes y situaciones hasta una última media hora creativa y sumamente eficaz desde lo humorístico, el desenlace deja todo casi en el nivel de una canchereada o de una anécdota irrelevante. Con un poco más de pulido en ese sentido, Ni un hombre más hubiera sido una mejor película de lo que es. No obstante, se agradece la apuesta.