"A Kevin no lo mató solamente una bala, lo mató aquella persona de seguridad como los prefectos que dejaron la vía libre para que pasara lo que pasara", dice ante cámara la mamá de Leonel Kevin Benega en el enorme documental que es Ni un pibe menos, del director Antonio Manco.
Kevin, el nene de 9 años al que una bala le perforó la cabeza mientras dos bandas narcos se tiroteaban disputándose una casa vacía ante la inacción de las fuerzas de seguridad.
Ocurrió en septiembre de 2013 en Villa Zabaleta, un barrio fundado hace más de cuatro décadas por la Ciudad y que hoy aparece en todos los mapas y GPS como un cuadrado de color, sin calles, sin identificación. Sus habitantes se transformaron en un registro molesto para la burocracia estatal, una cosa a la que hay que borrar de a poco.
105 balas se dispararon mientras la Policía decía a quienes llamaban al 911 que ahí no pasaba nada, que no había registro de un tiroteo en el lugar. Ciento cinco balas y una mató a un nene de 9 años. Otra rozó el brazo de uno de sus cinco hermanos.
"Yo tengo la Gendarmería cuidándome ahora pero no sé si el día de mañana me dejan regalado, a los otros o a ellos", dice el papá de Kevin en uno de los momentos más reveladores del film, en el que además del drama de una familia, un barrio, un país, se da cuenta de la lucha de los familiares, amigos y vecinos del nene por lograr justicia y cárcel para los responsables de su muerte, o al menos para los cómplices que liberaron la zona.
"Todos mis hijos, mis nietos, son Kevin", proclama Nora Cortiñas en otro pasaje del relato, que entremezcla también definiciones de Diego Maradona, el tipo que salió de Villa Fiorito y hoy, aún en la cima de la gloria, dispara con el filo de la lengua y la contundencia de la zurda: "Nunca va a haber igualdad, tenemos que seguir luchando".
Más allá de los planos de niños en busca de un poco de ocio infantil en medio del drama de una vida que los hace adultos en cuanto nacen, que nadie quiere ver, está en el breve y desconsolado testimonio de una vecina el resumen de años de una política de Estado que no reconoce diferencias partidarias: "Treinta años de Democracia y todo sigue igual".
Porque ahí está la única grieta real, una que los medios masivos no muestran, que no aparece en los discursos electorales más que en alguna promesa al pasar con palabras como "erradicación" o, en el mejor de los casos, "urbanización". Una grieta que a lo sumo la enorme mayoría mira de costado, como el lugar al que no se quiere pertenecer ni casi tampoco escuchar hablar.
Tres décadas de poderes ejecutivos, legislativos, judiciales, ignorando al que vota pero no puede ejercer presión. Al que no tiene voz en los medios, al que marcha y lo acusan de cambiar presencia por choripanes. Al que le clavan un gendarme en la puerta de su vivienda con la excusa de darle seguridad, aunque apenas le asegure balazos en la pared y pedido de documentos a cualquier hora.
"Entre 1983 y 2015, 201 personas desaparecieron en Democracia. 4664 murieron víctimas del gatillo fácil", resume el documental como dato central, que da vueltas de forma tácita, entre niños que pelean con la realidad de calles rotas, de inundaciones con cada lluvia, de policías violentos, de comisarios narcos, de una dirigencia que los mata.
Ni un pibe menos es también otro grito de La Poderosa, organización villera que la lucha en el barro todos los días, con periodismo, revista, acción y ahora también con cine.
¿Uno de los estrenos más importantes del cine argentino en los últimos años? Quizá y por ser de lo más urgente que las salas del país vayan a ver en estos tiempos dulces para represores y genocidas. Ni un pibe menos, ni un impune más.