Es un film oscuro y secreto, como el personaje de Darín, un ermitaño hosco que no quiere hacer las paces ni con su familia ni con la vida. Hodara debuta en la realización con una tragedia de aquellas, con secretos mal guardados, familia perversa, herencia en juego y un presente donde la codicia, los recuerdos y el crimen acaban dándole la sustancia a la historia.
Marcos (Sbaraglia) llega desde España con su señora. Cree que su regreso será un “simple trámite”, como le dice a ella. Pero el pasado, tremendo, lo está esperando para pasarle facturas. Marcos viene para llevar las cenizas de su padre al aserradero que tienen en plena montaña. Allí vive su hermano Salvador (Darín), un tipo maltratado que elige esa desolación quizá para no olvidar sus sufrimientos. El paisaje es desolador. La nieve parece tapar todo (aunque no los secretos). Salvador no quiere saber nada con nadie. Sigue allí donde conoció el infierno. Y quiere seguir allí, aislado y olvidado. Pero la llegada de Marcos lo obligará a recordar todo.
Es un film renegrido, de comienzo entrecortado, un thriller algo titubeante en su desarrollo que apuesta toda su fuerza y su valor a esa revelación final que le dará un volantazo a la historia. A los actores les cuesta lucirse. Darín dice apenas cien palabras en todo el film. Sbaraglia está bien, como siempre. Técnicamente es irreprochable, pero eso no alcanza. Falla en la progresión dramática, falla en la pintura de los personajes y en las evocaciones (las escenas de la infancia son muy flojas).
Los malos recuerdos nunca se van del todo, dice Hodara en esta tragedia con mucha sangre pero poca emoción.