Este thriller psicológico del director de La señal está construido con indudable profesionalismo, pero deja una sensación un poco frustrante por el potencial que tenía la propuesta y el talento no del todo aprovechado de sus notables intérpretes.
Director en 2007 de La señal (proyecto que no alcanzó a completar Eduardo Mignogna) y antes asistente de Fabián Bielinsky en dos obras maestras como Nueve reinas y El aura, Martín Hodara estrena casi diez años después la primera película 100% “suya”. Rodada en coproducción con España, con un generoso presupuesto de cuatro millones de dólares, con un elenco de lujo y con un equipo técnico de primera línea, Nieve negra prometía mucho más de lo que cumple.
Esta trama de secretos y mentiras familiares (que esconden codicias, tentaciones, locuras y perversiones varias) va perdiendo consistencia y potencia a medida que apuesta una y otra vez por flashbacks que exponen el pasado traumático de los protagonistas y a situaciones subrayadas que barren con cualquier tipo de sugerencia para, en cambio, resolver todos los enigmas de manera bastante obvia y hasta un poco torpe. Es como si el realizador y coguionista temiera insinuar demasiado y se viera compelido a “explicar” cada uno de las incógnitas sin que quede ninguna duda, ningún mínimo aspecto sujeto a la interpretación o librado a la respuesta emocional del espectador. El resultado, por lo tanto, es un film de indudable potencia visual (en principio parecía mantener incluso varios aspectos en común con la genial El aura), pero demasiado frío y como escasos matices.
El protagonista del film es Marcos (Sbaraglia), quien regresa de España con su pareja Laura (Laia Costa, la revelación de Victoria) para cumplir con el último deseo de su padre (enterrar sus cenizas en un bosque), aunque la idea también es vender un terreno familiar que interesa a una minera canadiense dispuesta a desembolsar 9 millones de dólares. El problema es que allí, sede de un viejo aserradero, vive desde hace 30 años su hermano Salvador (Ricardo Darín). Este tipo hosco y huraño, por supuesto, no tiene ningún interés en recibir a Marcos ni mucho menos de mudarse del lugar.
Rodada en bellos parajes de Andorra (que se asemejan bastante a los de la Patagonia), la película tiene muchos elementos que podrían haber ayudado a un relato fascinante en este duelo entre hermanos. Las tormentas de nieve y las panorámica aéreas le dan al film un encanto incuestionable desde lo estético, pero la narración nunca alcanza la tensión que Hodara busca en los conflictos centrales. Tampoco agregan demasiado dos muy buenos intérpretes como el mítico Federico Luppi y Dolores Fonzi en papeles secundarios de limitado alcance. La sensación, por lo tanto, es la de una película fallida. No porque sea mala (es un producto hecho con absoluto profesionalismo), sino porque la apuesta -con semejante despliegue de recursos económicos, artísticos y sobre todo actorales- daba para mucho más.