Atrapados por el pasado
“¡Qué familia, Dios mío!” masculla el expeditivo Sepia (Federico Luppi) sobre el final de “Nieve negra”. Se ha visto obligado a intervenir por segunda vez para que la tragedia de los Sabaté no salga a la luz, o por lo menos para silenciar aquellas aristas que podrían afectar los negocios familiares. Y eso que sabe mucho menos de lo que el espectador, para entonces, ha comenzado a intuir: la madeja de desgracias esconde un secreto traumático que bloquea la voz de los hermanos. La ópera prima en solitario de Martín Hodara es un profundo estudio sobre el dolor, la culpa, los vínculos y el peso de los mandatos familiares. Pero es ante todo un intenso thriller que soporta influencias que van desde los policiales nórdicos hasta las películas de los hermanos Coen, en su mensaje desesperanzador acerca de la imposibilidad de redimirse.
Leonardo Sbaraglia interpreta a Marcos, quien regresa junto a su mujer embarazada (Laia Costa) al paraje patagónico donde se crió y vivió hasta la adolescencia. El motivo: cumplir el deseo paterno de que sus cenizas descansen junto a los restos de Juan, el hermano muerto treinta años antes, en un confuso episodio ocurrido durante una cacería de jabalíes. Allí se entera de que una empresa canadiense ofrece varios millones de dólares para adquirir el aserradero y los terrenos que forman parte del patrimonio familiar. Pero para que la operación avance, debe convencer a Salvador (Ricardo Darín) quien vive aislado en una cabaña ubicada dentro de los límites de la finca, para que se vaya. Cuando llegan hasta allí, las disputas del pasado se reavivan y lo hermanos tendrán, a su pesar, que saldar las cuentas.
Densidad y metáforas
Hodara demuestra un gran dominio de la técnica cinematográfica. Cada plano que construye está astutamente cargado de sentidos. Que, a la luz del imprevisible giro final, adquieren una mayor densidad. Además, la utilización de los flashbacks que sirven para rearmar, al modo de un complejo rompecabezas, la historia de los Sabaté, es muy hábil. Están integrados con sutileza a la narración, sin desestabilizarla, a través de cortes y panorámicas que se benefician con los paisajes nevados y los cielos plomizos.
La incorporación de metáforas visuales es otro acierto. Los ejemplos más diáfanos son los perros que acechan en los alrededores de la cabaña para llevarse la carne de un jabalí y anticipan el enfrentamiento, la geografía abrupta e intrincada que describe las complejidades internas de los personajes y la tormenta de nieve que remite a la amarga resolución.
Está claro también que el director confió, con inteligencia, en las posibilidades interpretativas de los actores. Porque el peso de la película recae sobre Sbaraglia, a quien le toca reabrir el conflicto que acelerará los acontecimientos, de Darín, que con sus silencios y miradas dice más que con sus medias palabras, en un ejemplo modélico de actuación dramática. Y sobre todo de Costa (una de las actrices españolas de mayor proyección) quien accede de a poco, entre la sorpresa y el horror, a los detalles escabrosos del pasado de su familia política. Dolores Fonzi y Federico Luppi tienen roles secundarios, breves pero significativos, que contribuyen al acre tono general.