Dos hermanos esconden un oscuro secreto que la muerte de su padre obliga a enfrentar.
Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia se sacan chispas en este thriller psicológico de Martín Hodara, director y guionista debutante (antes había terminado de dirigir “La señal” en 2007) que desgraciadamente cae en un par de lugares comunes.
“Nieve negra” cuenta la historia de Marcos (Sbaraglia), que vuelve de España con su esposa Laura (Laia Costa) para encargarse de los restos de su padre fallecido, cumplir su última voluntad y empezar a tramitar la herencia. Por supuesto todo esto sería más fácil si su familia no fuera un cóctel de secretos, mentiras, rencores y perversiones.
A desgano, Marcos termina visitando la cabaña del ermitaño Salvador (Darín), ubicada en el medio de una inhóspita región de la que la familia es dueña, para enterrar las cenizas del padre de ambos. Salvador no tiene problema en dejar bien en claro que no quiere a la pareja (ni a nadie más) ahí, pero entiende que la única forma de sacárselos de encima es asistiéndolos en su misión.
A través de flashbacks bien integrados con las escenas en el presente, Hodara nos expone los secretos y traumas que esconden Marcos, Salvador y su hermana Sabrina (Dolores Fonzi), recluída ahora en un loquero. La muerte accidental de Juan, el hermano menor, representó un quiebre para la familia, del cual Salvador (aparente responsable) se llevó la peor parte, recibiendo abusos y golpizas constantes de parte de su padre, lo que lo llevó a recluirse en esa cabaña por 30 años.
La tensión que corta el aire durante todo momento se potencia al momento de hablar de la herencia. Un grupo de canadienses ofrecen nueve millones de dólares por las tierras de la familia, y lo que parece ser la salvación para Marcos, Lucía y sobretodo Sabrina, que ahora necesita cuidados constantes, es en realidad un obstáculo más, ya que Salvador no quiere saber nada con mudarse.
Hodara explora en la psicología de los personajes haciendo un buen uso del escenario (la película, una coproducción argentino-española, se filmó en Andorra) y las duras condiciones de vida, exponiendo las fortalezas y debilidades de cada uno de los protagonistas. Darín y Sbaraglia se complementan de gran manera como estos dos hermanos que prácticamente son desconocidos pero comparten un oscuro pasado. La española Costa también cumple, aunque se sienten desaprovechadas las participaciones de Federico Luppi y (especialmente) Dolores Fonzi.
Donde el director y el co-guionista Leonel D’Agostino fallan es en eliminar cualquier tipo de sugerencia y explicarle al espectador al detalles todas y cada una de las incógnitas que se plantean. Esa subestimación le juega en contra porque genera que uno vea la resolución del misterio a la legua, aún cuando el guión se las arregla para meter una última vuelta de tuerca. También son cuestionables algunos en el planteo del conflicto inicial y el desarrollo de ciertos personajes, que cambian de actitud de manera súbita.
Más allá de estas falencias, la película es atractiva, está bien filmada, y goza de un buen elenco que banca la parada. La extraordinaria ambientación y el guión, que mantiene la tensión aún cuando se ve venir el desenlace a la legua, terminan de construir un buen exponente del género que vale la entrada de cine, siempre y cuando sea una sala baratita.