El primer estreno tanque del cine argentino 2017, primera reunión de Ricardo Darín con Leonardo Sbaraglia en la pantalla, propone un esquema clásico de thriller, o mejor, tragedia familiar, que se dispara con la muerte del padre y una herencia. Es lo que lleva a Marcos (Sbaraglia) a tomarse un avión con su mujer española, Laura (Laia Costa, la actriz de Victoria), hacia la helada patagonia, donde descubre que las tierras paternas valen mucho más de lo que imaginaba. La película, dirigida por Martín Hodara (que había codirigido con Darín La Señal, el film que dejó inacabado Eduardo Mignogna, trabajó con Fabián Bielinsky), abre con un flashback que volverá, e irá ampliándose, a lo largo de la película, alternando con el presente. Es el episodio traumático que transformó las vidas de cuatro hijos criados bajo los rigores de un padre violento, entre las montañas. Las consecuencias de esa tragedia inicial se despliegan a la vista del espectador y a la de Laura, que está embarazada y que sabe poco o nada de esa familia argentina de su pareja. Una hermana internada en un psiquiátrico, un hermano mayor (Salvador/Darín) que vive retirado del mundo, como un ermitaño en una cabaña aislada en la nieve. La aparición de Salvador, un Darín hosco, de pocas palabras y mirada salvaje, concentra todo el misterio de la historia: basta verlo para intuir la oscuridad del secreto familiar que él encarna.
Marcos y Laura tienen que convencer a Salvador de la necesidad de vender. Y con los tres personajes en esa cabaña tienen lugar las mejores secuencias del film, en las que la tensión de lo no dicho, y de lo que se dice queriendo expresar otra cosa, termina por instalar el clima sombrío del relato.
Pero el guión guarda algunas sorpresas, que quizá algunos verán venir, hasta una resolución que por supuesto no debe anticiparse. La pesadez argumental de Nieve negra encuentra, en esos paisajes blancos imponentes (fue filmada en la zona del pirineo andorrano), fotografiados con nitidez y precisión, un contrapunto interesante. La enormidad del espacio nevado, y los gastados interiores, se sienten tan asfixiantes como los lazos familiares entre estos dos hermanos, interpretados con convicción. Si Nieve negra no llega a conmover es, probablemente, porque para contar la suma de todas esas partes meticulosa y profesionalmente cuidadas, parece faltarle un poco más de nervio, un poco de esa locura, estallada pero silenciosa, que circula entre los integrantes de esta familia. Gente capaz de guardar un secreto hasta las últimas consecuencias.