Pese a que formalmente esta es su primera película, Martín Hodara se desenvuelve con agilidad y notable solvencia como realizador. Y es que el hombre detrás de Nieve Negra, el último opus de nuestro actor-industria Ricardo Darín, en verdad ya sí tiene vasta experiencia detrás de cámara: se formó con uno de los últimos grandes del cine argentino (Fabián Bielinsky) y co-dirigió La Señal, ese inconcluso film que planeó Eduardo Mignona y como homenaje terminó por completar el propio Darín.
El Aura de Bielinsky resuena a lo largo de toda la película de Hodara y, naturalmente, eso es algo por momentos muy bueno: la belleza de los paisajes, ayudada por cuidados encuadres, y un frío gélido que se transmite desde cada plano, contribuyen a una trama de por sí desgarradora. Lo oculto y secreto de la historia surge a medida que se revelan pasados oscuros, que contrastan directamente con el blanco de la nieve. Si la historia parte de dos hermanos que se reencuentran tras muchos años de estar distanciados, gracias a una incómoda operación de compra-venta del hogar perdido en el medio de la nada donde ambos crecieron, pronto las excusas cambian y lo que parecen simples malos recuerdos se revelan como traumas y experiencias que nadie parece haber podido superar.
Hodara construye suspenso con pocos personajes (que se desdoblan y multiplican apenas con cuidados flashbacks) y su manejo del thriller es notable. Sin embargo, una potente resolución llega muy de sorpresa y deja algunos cabos sueltos, que podían ser fácilmente atados con un poco más de caracterización y justificación de actitudes en los personajes. Con menos de hora y media de duración, Nieve Negra pudo ser una gran película de haber tenido un mayor desarrollo de su desenlace, que pide a gritos un poco más de tiempo en pantalla.