Nieve negra

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

UNA CASA

No es novedad decir que Ricardo Darín es un intérprete descomunal, pero hay que verlo otra vez en Nieve negra para confirmar sus virtudes (si es que lo necesita). Hay dos escenas, al menos, en las que construye corporalmente un personaje con enorme magnetismo. En la primera, su Salvador comparte una cena con su hermano Marcos (Leonardo Sbaraglia) y su cuñada Laura (Laia Costa) en la que se van revelando los tironeos de poder dentro de ese trío, y donde el actor -apelando a respuestas lacónicas y sin dejar de lado cierto humor tenso- termina gobernando el espacio con autoridad. En otra, el plano fijo lo muestra cargando cosas en una camioneta mientras entra y sale del plano. Hasta allí se acerca Laura para indagar en el pasado de Salvador, pero otra vez es éste el que termina revirtiendo el juego y poniendo las dudas y las sombras del otro lado. Es un momento que Darín actúa con el cuerpo, con una parsimonia que representa cabalmente el peso sobre la espalda que ha llevado toda la vida ese personaje pero que aún con rencor no pierde la inteligencia. Lo que llama aún más la atención en estas escenas es que mientras podemos intuir los recursos interpretativos de los que hacen gala Sbaraglia y Costa (es decir, se nota que están actuando, aunque lo hagan muy bien), Darín juega otro juego: su presencia en el espacio se integra con enorme fluidez y con una notable economía de recursos.

Y no era fácil la partida. El personaje de Salvador es, entre las diversas criaturas que ha construido Darín, una de esas que podía estar rodeada de tics y sobreactuación: un tipo hosco, ermitaño, con actitudes violentas. Pero el actor lo aborda con la naturalidad y solidez habitual, sin estridencias. A esta altura, Darín es una casa, un lugar seguro donde el cine nacional no sólo deposita parte de sus expectativas comerciales sino también donde el espectador encuentra mucho de lo que va a buscar cuando ingresa en la sala oscura. Y su presencia aquí tiene un lazo indudable con lo que el director Martín Hodara está contando: la venta de una casa en la montaña, pasados familiares (la familia: otro espacio de supuesta comodidad y seguridad) violentos e imposibles de soltar, secretos que se van revelando progresivamente. Entonces tenemos los cimientos de Darín, fuertes y bien construidos; los cimientos de una película indudablemente de guión, que a veces flaquea por la sobre-explicación y una tendencia a no dejar cabos sueltos; y los cimientos de esa casa, que esconden la negrura que teñirá lentamente aquella nieve.

Nieve negra funciona más y mejor cuando sugiere. En ese sentido, hay un trabajo muy interesante del director con los flashbacks, que si bien pueden parecer demasiado abundantes y contradecir la idea de “sugerencia”, su inclusión tiene virtud estética y narrativa. Algunos ingresan por corte, pero la más de las veces se integran dentro del mismo plano, en paneos tan virtuosos como justificados formalmente. Esos flashbacks recurrentes surgen muchas veces como forma de recuerdo de Marcos y Salvador (recuerdos atormentados), pero también en la investigación que va realizando Laura (que somos nosotros, los espectadores) sobre el pasado de su hermano y su cuñado. Entonces la noción de no poder soltar ese pasado, que se expone formalmente, se imbrica con lo que la casa y el paraje entre las montañas significan para los dos hermanos. Por eso que la acción se resuelva casi exclusivamente entre esos tres personajes, con esporádicos secundarios, en lo que podría ser casi un film de cámara.

Es verdad que Nieve negra resulta atractiva, hasta un último acto en el que busca el impacto con la revelación de algunas truculencias familiares. Y si bien la resolución sirve para oscurecer aún más la negrura de la historia y de los personajes, lo hace precipitadamente y a riesgo de perder la sugerencia y el suspenso bien construido. De todos modos, Nieve negra deja ver en Hodara a un director que en su primera película en solitario (había codirigido con Darín aquel proyecto que dejó trunco Eduardo Mignona, La señal) demuestra tener el talento para poner en escena un cine mainstream para nada perezoso y hasta con cierto vuelo formal. Y, volviendo al origen de este texto, si Darín es esa casa familiar a la que los espectadores vuelven una y otra vez para sentirse seguros, hay que decir que la película ofrece durante un buen rato un gran espacio de confort.