La manía de explicar
No está demás reforzar la idea que la apuesta al cine argentino de género, con fuerte presencia de la televisión es auspiciosa y necesaria. Tampoco dejar de rescatar el nivel técnico de las producciones o co producciones de los últimos años, más allá de las expectativas que puedan o no generar las historias y el modo de contarlas.
Por esa sencilla razón, lo primero que debe puntualizarse en Nieve negra (2016) es precisamente el nivel técnico, la importante presencia de lo visual en condiciones realmente dificultosas para filmar como la que encarase el equipo junto a los actores Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia y la espoñola Laia Costa.
Nieve negra cuenta con una muy buena dirección de Martín Hodara, con buenas actuaciones tanto de los argentinos como de la española en ascenso y buenas ideas de puesta en escena. Sin embargo, falla en algo que es primordial y que muchas veces resulta un vicio: la necesidad de subrayar y explicar todo por si las moscas.
En este caso, la fragmentación del relato para darle cabida al flashback no es tanto un problema de estructura narrativa, sino que en esos flashbacks progresivos, enfatizan todo lo que el espectador intuye en el presente del relato.
A esa falla responde -tal vez- el mayor defecto, le quita sorpresa o suspenso a una historia cuyo mayor atractivo es la transformación en los personajes. Vale decir que el espectador descubre a través de las acciones, decisiones y actitudes frente a situaciones límite aspectos secretos en cada uno de los actuantes. También hay que hacer la salvedad que cuando el relato se retrotrae en el tiempo y busca la transición con el presente, el punto de vista es el del personaje de Sbaraglia, a modo de recuerdo difuso que entabla directamente con el punto de vista del espectador. Ese es el primer problema que a lo largo del relato al cambiar el punto de vista pierde peso, pierde sorpresa.
Afortunadamente, Nieve negra no se reduce a la trillada historia del enfrentamiento entre hermanos con secreto de pasado trágico y condenatorio, pilar que deja enormes secuelas en todo el entorno, además de heridas en personajes secundarios, sino que entre otras cosas, este thriller psicológico explora tópicos como la ambición, la hipocresía, el cinismo y muy poco el amor.
La oscuridad va tiñendo, en el mejor sentido del término, las relaciones humanas. Va limando las asperezas en los vínculos fraternales a niveles impensados.
Todo ese andamiaje lo sostienen los actores por peso propio, sobran las palabras y mucho más aún las explicaciones, que refuerzan en la imagen a las palabras.
No obstante, superado ese importante escollo, el film de Martín Hodara transita por los parámetros habituales del cine de género, sin sobresaltar ni escapar de la fórmula adecuada para este tipo de propuestas, con un reparto bien elegido, tanto para la estrategia comercial que convoca mucho público, como para el ámbito de la calidad dramática.