Fellini reciclado y recargado
En 1982 se estrenó en Broadway Nine, musical libremente inspirado en 8 y 1/2, el clásico rodado en 1963 por Federico Fellini, con Raul Juliá en el papel de Guido Contini, el director ególatra, torturado, mujeriego y con la inspiración perdida que hiciera el gran Marcello Mastroianni. El espectáculo obtuvo varios premios Tony y fue repuesto en 2003 con Antonio Banderas como protagonista, hasta que el productor Harvey Weinstein y el director Ron Marshall (ganador de varios Oscar con otra incursión en el género como Chicago) decidieron llevarlo al cine con una producción a gran escala y un elenco plagado de estrellas.
En esta ambiciosa e irregular versión (tiene algunos buenos pasajes, varios poco inspirados y otros que directamente dan vergüenza ajena), Guido Contini es interpretado por Daniel Day-Lewis (un trabajo aceptable, pero lejos del lucimiento), un famoso cineasta que, luego de dos fracasos artísticos y comerciales, intenta volver a los primeros planos, pero sufre un bloqueo creativo que le impide iniciar en el plazo de 10 días que tiene el rodaje de un proyecto para el que cuenta con un importante apoyo financiero pero para el que ni siquiera ha desarrollado un mínimo guión. En ese tortuoso proceso lleno de presiones debe lidiar además con todas las mujeres de su vida: su esposa (Marion "Edith Piaf" Cotillard), su amante (una estereotipada Penelope Cruz), su musa y estrella nórdica (Nicole Kidman, en plan Anita Ekberg), su confidente y vestuarista (Judi Dench), una periodista norteamericana de moda (Kate Hudson), una prostituta (Fergie, del grupo Black Eyed Peas) y hasta el fantasma de su madre (Sofía Loren).
La transposición de Michael Tolkin y el fallecido Anthony Minghella no es nada del otro mundo, pero tiene una estructura sólida que resiste ciertos lugares comunes pintoresquistas sobre la italianidad al palo y los excesos kitsch. Pero el problema es que, por momentos, Marshall parece filmar y editar con piloto automático (hay un número musical para cada estrella, mucho montaje paralelo entre canciones y diálogos, una obvia mixtura entre el color y el blanco y negro) y algunas letras imposibles que, en medio del artificio más absoluto, ¡reivindican por ejemplo al neorrealismo!
Los segmentos musicales tienen todo el despliegue de luces, vestuarios, escenografías, coreografías y glamour que los fans del género (yo no lo soy) pueden esperar. Hay varios logrados y dos o tres (como Cinema Italiano, a cargo de Kate Hudson) que mejor olvidarlos.
El elenco tampoco está del todo aprovechado, pero Marion Cotillard, en un personaje a-la-Audrey Hepburn, se luce porque jamás entra en la grandilocuencia de otros personajes.
Si la película alcanza aquí la calificación de "buena" no es sólo por los apuntados hallazgos parciales sino también porque el final (con todo el elenco en pantalla) alcanza una emoción y una eficacia que el resto de la trama había extrañado bastante.