Nine

Crítica de Leo Aquiba Senderovsky - ¿Crítico Yo?

Para ser precisos con esta película, habría que compararla con la obra musical de Broadway. Lo cierto es que, al no haber visto dicha obra, es inevitable establecer una comparación entre Nine y 8 ½, la gran película de Fellini que la origina. Difícil saber cuál fue la razón que motivó a los gestores de la obra de Broadway a adaptar esta película de 1963, que está en las antípodas de cualquier tipo de musical. La adaptación al cine de Rob Marshall, que responde directamente a la versión musical, tal vez posea muy pocos defectos en relación a aquella (para esta, Marshall calca elementos de su versión cinematográfica de Chicago, con algún que otro capricho adicional), por lo que deberíamos achacarle a la versión de Broadway los males que repite esta mediocre traslación del film de Fellini.

En primer lugar, hay que saber disfrutar de los códigos que propone el género musical para poder criticar a sus malos exponentes. Nos guste o no el género, hay un elemento concreto que afecta a algunos de estos ejemplares, la banalización del material que los origina. Por ejemplo, uno de los elementos que ponen en tela de juicio el valor de un musical como Evita, es la superficialidad con la que se trata el aspecto político del personaje. Esto es lo que hace que esta obra funcione mucho más en otros países que en Argentina. Si nos detenemos en 8 ½ de Fellini, una de sus películas más autobiográficas y una de las obras más geniales en su abordaje del acto creativo, difícil es apreciar la esencia de aquel film en esta adaptación musical.

La notoria voluntad reduccionista de este musical consigue que de aquel drama sobre un realizador que sufre un bloqueo creativo y se refugia en el historial de mujeres que dejaron una huella en su vida, haya quedado un director italiano del mismo nombre, y alguna que otro escena copiada del original (el recuerdo de Saraghina es idéntico, sólo que Fergie es una versión demasiado pasteurizada de aquella voluptuosa prostituta). El eje de Nine no pasa por el bloqueo creativo del director, sino por su harén, inolvidable en 8 ½, pero que, a fin de cuentas, respondía a los conflictos internos del protagonista, y no intentaba valerse por sí mismo, como sucede aquí. El director de Nine es simplemente un mujeriego que pasa de cama en cama, mientras recuerda a su madre (una olvidable Sophia Loren, presa de sus muchas cirugías) y a alguna que otra mujer significativa en su vida. Del bloqueo o del acto creativo, apenas un par de escenas intrascendentes. Este conflicto jamás llega a tener en Nine la presencia que tiene su séquito de mujeres y su carácter de amante latino, tal vez una de las excusas imbéciles que llevaron a hacer una versión teatral de la obra maestra de Fellini.

Ahora bien, adaptar una película como aquella al universo del teatro musical, implicaba no quedarse en un gesto supuestamente celebratorio y preguntarse por cuestiones puntuales de la original. ¿Cómo hacer de una película que hasta en la propia trama habla del cine, una obra musical? Evidentemente, esto no se cuestionó en la versión teatral, y mucho menos aquí, que al volver al medio cinematográfico, termina acercándose más a una obra teatral musical filmada, que a una película con identidad y valores propios.

Podríamos ser generosos y no comparar este musical con las dos obras que le dan origen, la versión de Fellini y la teatral. Lo cierto es que esta comparación es ineludible porque Nine no deja de dialogar con 8 ½. Sin embargo, si hiciéramos ese esfuerzo y la evaluáramos como lo que es, un musical, diríamos de entrada que es muy aburrida, que sus canciones son absolutamente olvidables, que los conflictos y dilemas del protagonista nunca llegan a ser del interés del espectador y que acumula estrellas femeninas en papeles ínfimos (de ellas, sólo se destacan Penélope Cruz y Marion Cotillard), entre muchas otras cosas.

Para peor, la canción interpretada por Kate Hudson, tal vez el lema de la película (por algo se repite en los créditos finales), supuestamente pretende homenajear al cine italiano, pero la repetición, estética publicitaria de por medio, de las frases “Cinema italiano”, “Bianco e Nero”, difícilmente puedan pasar por un homenaje digno, ni a Fellini, ni a todo el cine italiano. Lejos de eso, esa secuencia musical carece de homenaje alguno y es otro exponente de la habitual visión yanqui e irreflexiva de fenómenos y obras que le son totalmente ajenas. Dejar en manos de una fan el homenaje a todo un cine, es subirse a caballo de una banalización manifiesta y explícita.

En el apartado de méritos se encuentra un valiente Daniel Day Lewis, cuya carrera parece demostrar que está dispuesto a todo. Sin embargo, allí se terminan las virtudes de una película que podría haber sido una celebración de una obra maestra, o una traslación al género musical de los planteos estéticos y/o narrativos expuestos por aquella obra. Ni una cosa, ni la otra, apenas una muestra más de cómo Broadway puede meter en su coctelera cualquier cosa y lanzar engendros insufribles, que, en este caso, además confronta con los innumerables valores de una gran obra como 8 1/2.