Otro derroche de nuevo rico
Del mismo director de Chicago, llega una nueva colección de cuadros musicales filmados, con un elenco de lujo totalmente desaprovechado.
Digamos que el espectador elige ver una película por razones como la cara de una actriz, el escalofrío que le causa la interpretación de un actor, los paisajes que se pueden ver en pantalla grande, un par de piernas/senos/ojos/labios –o todo junto–, cierta nostalgia, o porque uno de los secundarios le recuerda a un tío al que quiso mucho. Cualquiera de esas razones es válida para ver cualquier cosa: después de todo, una entrada de cine es una inversión en busca de un poco de placer (que puede darse por la risa, por el llanto, por la reflexión o por el motivo que sea: se sabe que hasta el dolor causa placer a algunos). Ahora bien: si de lo que se trata es de que el film en cuestión forme parte del arte cinematográfico, entonces la elección no debería recaer en Nine, nuevo despropósito de Rob Marshall.
La invicta carrera de Marshall, que aún no ha hecho un film más o menos pasable, cuenta con tres largometrajes: Chicago –buen mentís para quien aún cree que “Oscar” es sinónimo instantáneo de “calidad”–, la inenarrable Memorias de una geisha –historia de mujeres japonesas donde no hay una sola actriz nipona, colmo del racismo despreciativo– y esta Nine. Que es la versión cinematográfica de un espectáculo teatral basado en 8 ½, el film de Federico Fellini.
En realidad, es incluso menos que teatro filmado: apenas un montón de cuadros musicales filmados sin que alguien se parase a pensar cómo se usa una cámara de cine. En la –por decir algo– puesta en escena que perpetra Marshall se sienten las huellas de Bob Fosse. Pero Fosse, que nunca fue un gran cineasta aunque realizó la siempre apreciable All that jazz –y que, curiosamente, debutó en el largometraje con una remake musical de un clásico de Fellini: Sweet Charity está basado en Las noches de Cabiria–, lograba darles a sus películas nervio no sólo a fuerza de montaje crispado (una de sus herramientas) sino de dejar la cámara quieta para captar, de modo casi documental, el acontecimiento. Los primeros minutos de All That Jazz bastan para confirmar ese talento. En cambio, los primeros minutos de Nine alcanzan para saber que ni un solo plano de la película nos dará algún destello de belleza.
Nine es como esas casas de nuevo rico donde la dueña, carente de gusto pero no de dinero, decide colocar lo más caro sin pensar en la armonía. Su elenco rebosa de ganadores del Oscar (la Kidman, la Cruz, la Dench, la Hudson, la Cotillard, la Loren, el Day-Lewis), de nombres prestigiosos (¡Oh, Fellini!), pero sin el más mínimo sentido. Nadie sabe realmente qué sucede en el film; aparentemente ni siquiera sus responsables. Nadie pide aquí una historia a la manera clásica, porque el material de base no va por ese lado. Pero sí que, dado lo que se involucra, haya al menos un fotograma con algo bello. Nada: el montaje corta danzas en su mejor momento, confundiendo ritmo con atolondramiento, las mujeres bellas están sobreiluminadas de tal modo que se vuelven caricaturas de sí mismas, y las –vergonzosas– canciones se llaman algo así como “Sea italiano” y “Neorrealismo”, una prueba de que nadie entendió nada. Ni a Italia, ni a Fellini, ni, sobre todo, al cine.