¿Por qué Rob Marshall abandonó las tablas como coreógrafo y director teatral para dedicarse a la dirección cinematográfica?
No es una pregunta retórica. Realmente quiero saberlo.
Hay directores que supieron dar ese salto y salieron indemnes: supieron diferenciar uno de otro medio, saben poner la cámara, armar un plano, un cuadro y distinguir una estética de otra. Especialmente dirigir actores. Pero Rob Marshall parece que sabe poco o nada de cine. Casos: Sam Mendes, Mike Nicholls o ni hablar de David Mamet.
Pero no Marshall. Definitivamente no sabe narrar, no sabe darle personalidad a una película y se aferra a todos sus conocimientos escénicos y a la influencia de Bob Fosse. Influencia, mal interpretada vale aclarar, además de una intuición bastante floja para elegir los elencos, basado más en un nombre, que en el hecho de que esa persona SEA la correcta para dicho rol. Se cree que por agarrar la posta de Fosse en Chicago, puede ser Fosse, y está lejos. Una dimensión de distancia.
Mientras que Fosse tenía de vida, volumen, sentimientos, personalidad, controversia, lirismo a sus películas, Marshall se queda con los aspectos más superficiales. Posa sus películas en los hombros del australiano Dion Beebe para la fotografía, la dirección de arte de John Myhre y el vestuario de Coleen Atwood. ¿Algo más? El elenco, hace el resto de la publicidad.
8 y Medio de Fellini es una declaración de amor al cine y las mujeres. Es la dicotomía del pensamiento de un director y sus fantasías por complacer sus impulsos y la de los demás. Esta propuesta reflexiva y semi autobiográfica de Fellini, impulsó a dos grandes cineastas a recrear 8 y Medio, a medida de su personalidad y sus filmografías.
El primero fue Bob Fosse, quien en 1979 con All That Jazz creo su propia versión (también musical) de 8 y Medio. Un director de cine y teatro, que quiere abarcar sus pasiones (cinematográficas y teatrales) y al mismo tiempo poder conformar a sus esposas y amantes, lo que lo lleva a enfermarse seriamente. No muy distinto a lo que le pasaba al personaje de Mastroianni en la película de Fellini. Pero con la personalidad, la gracia, el desafío con que Fosse encaraba cada proyecto. Pero esa no fue la primera adaptación del director de Cabaret al mundo de Fellini. Su ópera prima, Sweet Charity con Shirley Maclaine estaba inspirada en Las Noches de Cabiria. Pero, Fosse entendía a Fellini y sabía como diferenciarse.
En 1982, llegaría una visión mucho más similar a la fellinesca, en cuanto a lo estructural e incluso estética: blanco y negro, flashbacks, etc. Se trató de Recuerdos. Una visión completamente humorística de 8 y Medio escrita y dirigida por Woody Allen, donde obviamente, él se interpretó a sí mismo con el tono paródico que la caracteriza, pero con un verdadero amor cinéfilo hacia Fellini, sin por ello hacerlo obvio. Pero Nine, empieza con Recuerdos, sigue con 8 y Medio y amaga en el final imitar a All That Jazz. Sin embargo no lo logra. Se queda a mitad de camino. Justamente los finales de las dos últimas son maravillosos, históricos, conmovedores. De lo mejor de la historia del cine.
Pero Marshall decide unir estas tres obras en una para construir un collage muerto, sin vida, sin sentimientos, sin coherencia. El amor del protagonista por el cine, a pesar de las citas cinéfilas extranarrativas, queda injustamente relegado, debido a las telenovelescas relaciones románticas.
Los despliegues musicales están poco inspirados. ¡Todos los números suceden en un escenario! Y la cámara nunca se aleja del eje del público. Todos los números alternan con la realidad de Guido en un montaje previsible, monótono, rutinario. Marshall le agrega un glamour forzado, impuesto. El acento italiano, y las palabras italianas que vuelan, acompañadas por la geografía romana es tan artificial como los japoneses (chinos y coreanos) hablando en inglés de Memorias de una Geisha, que a comparación de Nine, por lo menos era más vistosa e inspirada en la puesta de cámara, sin números musicales previsibles. Y el final es lo más frío y austero, pero en un pésimo sentido que haya visto en mucho tiempo.
Nada suena real en Nine. Desde la primera escena donde aparecen todas las actrices juntas algo hace ruido. Y cuando Marshall parece no saber de que agarrarse para que el espectador siga enganchado, mete números, vira la estética a blanco y negro, más por una justificación cinéfila que por otra cosa. La falta de imaginación es alarmante.
Sí, el fanático de Fellini, sabrá hallar decenas de citas durante el metraje, especialmente a La Dolce Vita y Roma. Sí, suenan acordes similares a los de Nino Rota, pero no. Marshall no es Fellini, no es italiano y definidamente no tiene a Rota detrás de la banda sonora.
El homenaje a lo “italiano”, se mantiene en lo superficial y lo vox populi. ¿Por qué Sofia Loren cayó tan bajo? Sí, verla cantar es un placer, pero tengo vergüenza por observar como es solo un ícono más de la idea que Hollywood tiene del cine italiano de los ´60s. Miren La Princesita que Quería Vivir de Wyler, si quieren ver un digno homenaje a Roma
Por momentos densa e inconexa, el guión del finado Minghella y Tolkin tiene bastantes arbitrariedades y subtramas que no cierran (la de la periodista de Vogue, la relación con el productor). Además de personajes e intérpretes mal aprovechados.
Daniel Day Lewis demuestra que la comedia musical no es lo suyo. Mientras Mastroianni trataba de ser austero y tímido al igual que Woody Allen, Lewis es eufórico, sobreactúa, demasiado gestual. Quizás Antonio Banderas, que interpretó el personaje en Broadway era mejor opción. Por algo no aceptó. El elenco femenino sobre sale un poco más. Marion Cotilliard se lleva todos los aplausos en la única interpretación creíble y moderada del elenco, además de deslumbrar en un número musical donde no se destaca la puesta en escena. Judi Dench, brilla, pero su personaje no alcanza a tener la profundidad y participación que merecía. Kate Hudson es sensual, se mueve y canta bien en un personaje que no debió estar siquiera. Nicole Kidman pone su grano de arena, pero aparece desaprovechada también. Lo mismo que la Loren. El desparpajo es Penélope Cruz. Excepto con Vicky Cristina Barcelona y La Elegida, nunca pudo amoldarse al cine estadounidense, y si, en las anteriores se destacó era porque interpretaba a una española vista con ojos españoles (Woody Allen no es estadounidense) A pesar de moverse bien y mostrar su voluptuoso cuerpo, da pena verla tan mal, a comparación de los trabajos que hace con Almodóvar. Por más que quiera ocultar su acento español con un inglés con acento italiano, no le sale, por lo tanto cada frase que dice, suena risible para el oído de habla hispana.
La cantante Fergie, sale mejor parada en su número, gracias a que Marshall logra copiar meticulosamente, cuadro por cuadro, se podría decir, el flashback de Guido con la prostituta Saraghina en 8 y Medio, y combinarlo con la coreografía de “el tango de las celdas” de Chicago. No muy inspirado, pero sin duda el mejor momento de la película, además de que “Be Italian” es también el mejor tema de la obra.
Poco y nada para destacar. El despliegue técnico no sobresale tanto como la primer obra de Marshall, en donde por lo menos el guión de Bill Condon era superior, y todavía se respiraba la influencia de Fosse. Nine es un híbrido, en cambio, una película que como la película que dirige Guido Contini está destinada a ser olvidada y nunca debió hacerse. Una falta de respeto al cine italiano, de Fellini y de Fosse. No se trata aún así de una película mala, que no pueda llegar a gustar a un público no demasiado exigente. Al igual que las obras anteriores de Marshall el paquete es atractivo y está bien armado. Pero a un cinéfilo no se lo puede engañar.
“Al final de cuentas, un director es aquel que solo debe decir “sí” o “no” a lo que le pregunten” dice Lilli (Dench) en un momento. Eso no es dirigir para mí. Aunque parece que sí debe ser la opinión de Marshall.
Es por esto que debería haberse quedado en el mundo teatral y no saltar al cine, para caer al vacío. Como diría San Martín: “Serás lo que debas ser o serás nada”.