Melissa Barrera, la protagonista de este film, es también parte de las últimas dos entradas de la franquicia Scream, una serie de películas de terror ensambladas sobre de la deconstrucción de los tropos de la películas de terror. Por esto, resulta paradójico que aquí su personaje Julie pase por un auténtico catálogo de lugares comunes del género. Si Julie hubiera visto Scream su vida sería mucho más fácil. En principio, sabría que no debió comprar un viejo caserón en el que murió una familia, también que las sombras y visiones que empieza a percibir no son “tan solo su imaginación” y que su gato aparecerá repentinamente en los momentos más inesperados para sobresaltarla. Si hay algo de lo que no puede acusarse a esta película es de originalidad. Mientras que cierto cine de terror, el llamado art-horror, está encabezando una renovación del cine de género con films como Hereditario, The Babadook, Raw, Mandy o Lamb que resulta un antídoto contra el eterno retorno en el que Hollywood quedó atrapado con las franquicias de superhéroes, esta película nos devuelve a un horror carente de inventiva y sostenido exclusivamente por jump scares.
Julie está cursando un embarazo avanzado. Lentamente se nos indica que perdió otro, que tuvo una crisis emocional por esa pérdida y que la renovación de la vieja casa es un modo de rehacer su vida. Una caída hace que su obstetra le ordene reposo forzado por los últimos meses que le quedan antes del parto. Cuando, acto seguido, 25 minutos dentro del film, surge un cartel que dice “Día 1, faltan 55” está claro que queda un tortuoso camino por delante, especialmente para los espectadores. La aparición de un niño que podría o no ser su hijo muerto lleva a una serie de acontecimientos sobrenaturales narrados con desgano cuyas “sorpresas” pueden ser adivinadas mucho antes de que la historia las revele.