Un filme supuestamente inscripto dentro del género del terror que no produce el más mínimo miedo, tratando de transitar por el terror psicológico sin el menor rigor científico, banalizando la ciencia a niveles insospechados.
Por otro lado hay un intento, superada la mitad de la proyección, de querer instaurar algo del orden del suspenso cuando en realidad todo es demasiado previsible.
A la producción le sucede todo eso pues la principal falla es la ausencia de un guión, al menos bien escrito, sin presencia de conflicto alguno en el personaje principal, y por ende sin posibilidad de desarrollo, quedando todo reducido a acciones de los personajes liberados de toda guía.
Un impasse necesario. Por cuestiones de cartel aparece como actriz principal Belén Rueda, sin embargo el protagonismo, ese que lleva adelante las acciones, o sea el realmente principal, está a cargo de Eva de Dominici.
Retornando, tampoco hay instalación de motivación de peso en el resto de los personajes, tanto para impulsar un verosímil como para desarrollar un relato de 100 minutos.
La presentación de la historia con escenas que transcurren 10 años antes a los sucesos que nos van a contar nada le agregan, sólo instalar la estética elegida para narrar, entonces cobra preponderancia dentro de la producción la creación de climas, tonos, mientras que el resto deriva en irrupciones sonoras que acompañan a las imágenes, que producen sobresaltos en el espectador, o al menos lo despiertan.
Acompañado por un diseño de sonido de muy buena factura y una banda de sonido acorde, empática con las imágenes en las que el espacio físico donde transcurre casi el 90% de las acciones termina por ser un personaje de importancia, que empero no es aprovechado al máximo.
El filme abre con textos escritos con intención de instalar el pensamiento y origen científico de la ficción que van a proyectar, con menos veracidad que las obras completas de Sócrates de las que Carlos I de Añillaco es único poseedor. Llegar a las 108 horas sin conciliar el sueño permitiría poder atravesar umbrales de la realidad y desplegar la sensibilidad a niveles insospechados. ¿En serio?
La historia se despliega en un hospital psiquiátrico abandonado. Alma (Belen Rueda) es una directora de teatro vanguardista que ya lo ha hecho, y ahora vuelve a experimentar con el insomnio para la preparación del montaje de una obra creada 20 años atrás por un grupo de pacientes. Hasta allí llega Bianca (Eva de Dominici). una actriz en franco progreso, quien acaba de internar a su padre que sufrió, digamos, un brote psicótico cercano a la paranoia.
Con el paso de días sin dormir los actores alcanzan nuevos umbrales de percepción que los enfrentan a energías e historias ocultas del lugar. Cuando Bianca se incorpora para competir por el papel principal debe sobrevivir no sólo a la intensidad del trabajo y sus compañeros, sino a una fuerza desconocida que la empuja, igual que a los demás, al trágico desenlace de la puesta en escena original.
Si el diseño de sonido es de muy buena factura, la dirección de arte no se queda atrás, siendo la fotografía la herramienta más importante en la creación de los climas antes descriptos, pero lo que realmente sostiene el interés durante la proyección son las actuaciones.
Belén Rueda esta esplendida como siempre, German Palacios cumple, aunque no puede evitar tener cara de buenos amigos, Eva de Dominici es la que tiene más presencia en pantalla y sale airosa, lo mismo sucede con Natalia de Molina y Juan Guilera. Sin embargo la que realmente descolla con su actuación, digamos en modismos argentinos, se come la película, es María Eugenia Tobal con menos pantalla pero le alcanza para opacar al resto del elenco, su personaje transita por todo tipo de emociones y sensaciones y ella los hace creíbles a todos y cada uno, siendo la única en la que no se despliega el más mínimo motivo intimo para que se justifique su presencia, pero si hay una incógnita en la narración es la presencia de su personaje, y ella con su performance lo impone y lo eleva exponencialmente. Hay un solo problema con Maria Eugenia Tobal, de lo que parece que el director no se percato: afearla es del orden de lo imposible.
En síntesis, una producción de climas y estética, vale la pena por las actuaciones, aunque sea demasiado poco.