Bianca (Eva De Dominici), una joven actriz de teatro, es interceptada por un hombre luego de la representación de Antígona, en la que interpreta a Ismene. Este hombre es el marido de Alma (Belén Rueda), una consagrada directora de teatro española (nunca queda claro el porqué de la nacionalidad, salvo para justificar la coproducción) a quien Bianca ha admirado desde siempre. Allí, le propone actuar en la próxima obra de Alma, que consiste en interpretar personajes insomnes para así explorar el limbo entre la cordura y la locura. La heroína, como tal, se muestra reluctante al principio, luego acepta la propuesta, en una escena tal vez demasiado débil como para que el personaje se pueda arrepentir de su decisión.
El problema del universo que plantea Hernández tiene que ver con los elementos formales que lo componen. Desde su puesta de cámara, su tono y la elección de su elenco, resulta claro que la película se propone ser mainstream (lo cual de ninguna manera es malo per se). Sin embargo, habría que analizar, por empezar, en qué consiste el mainstream actual y cuáles son sus piezas fundamentales o por lo menos las de esta obra. Empecemos por el título: “No dormirás”. Es un título agresivo, desafiante, pues el imperativo parece esconderse detrás de la intención de que el espectador sienta determinadas emociones -que después, comprobamos, no están bien construidas en el relato- cuando en realidad, lo que se propone es que empecemos a vivir la experiencia de la película incluso antes de haberla visto. Esta necesidad nada tiene que ver con una intención narrativa, no hay nada limpio en esta propuesta. Un tipo de propuesta que, por cierto, deviene de la influencia de directores como Christopher Nolan (sobre todo, por su trilogía The Dark Knight) e incluso nos podríamos remontar más atrás, desde la inauguración del cine como evento.
No obstante, estos elementos externos a la película en sí, también tienen su espejo en el metraje, ya que No Dormirás toma de Nolan, el presunto heredero de Stanley Kubrick, otra característica que la une a los anteriores mencionados: la excesiva solemnidad del tono. Bianca, luego de experimentar una de las muchas (demasiadas) alucinaciones que atraviesa durante la película, se encuentra con el personaje de Tobal, quien en un momento reflexivo que quiere pasar por casual, le comenta impunemente que ella lleva años ejercitando el insomnio y que “cruzó el umbral hacia lo desconocido”. El problema de esta frase que resume la propuesta del filme es que intenta de forma desesperada hablar de temas trascendentales, degradando esas ideas a un simple graffiti, a un poster, pues en el relato no tienen sustento alguno. Tales tópicos le quedan demasiado grandes: en una fallida digresión lyncheana, Hernández alegoriza y rebaja esas ideas con la excusa de ir y venir entre sueño-alucinación/realidad y locura/cordura. Incluso, propone un giro argumental totalmente confuso que dialoga con algunas hermanas de su género (el terror psicológico): El Sexto Sentido (M. Night Shyamalan, 1999) y El Bebé de Rosemary (Roman Polanski, 1968).
Por último, y para terminar de conformar esta estructura fallida, los movimientos de cámara excesivos (los primeros veinte minutos la cámara se desplaza torpe y constantemente, como si fuese un trailer largo) no hacen más que marear al espectador. Claro, sí, se pueden rescatar las actuaciones, algunos momentos visuales y su notoria ambición (la cual es un arma de doble filo).
No Dormirás es una película con grandes intenciones, pero como quien dice: de buenas intenciones está empedrado el infierno.