El director uruguayo Gabriel Hernández pone de manifiesto en su último film los efectos que produce el insomnio: ataques de pánico y secuelas psíquicas irreversibles. La génesis de la trama surge una noche que el cineasta estaba pasado de sueño (literalmente) y optó por jugar a un videojuego que afirma “lo hizo sentir en otra dimensión”. Esta dimensión sólo se atraviesa cruzando el umbral de los sentidos. De igual forma, lineal, y sin mayores pretensiones que la intención de hipnotizar al espectador y generarle más de un sobresalto, avanza el guión sobre los efectos perjudiciales a los que conlleva este lapsus de somnolencia.
Aquí la locura y alucinaciones entran en escena cuando un grupo under de teatro dirigido por la actriz española Belén Rueda se somete a superar las 126 horas sin dormir para lograr, a flor de piel, la performance que requieren los personajes de la obra que sólo será protagonizada por quienes se atrevan a vivenciarla. Literalmente. Al elenco lo completan Eugenia Tobal, Eva de Dominici, Germán Palacios y Juan Manuel Guilera. ¿Podrán superar las consecuencias? Si alguna vez padeciste estos síntomas o sentiste alguna presencia extraña merodeando in situ, no te pierdas este thriller psicológico donde el inconsciente les juega una mala pasada.
Bajo estos hilos avanza la coproducción española-argentina-uruguaya que funciona gracias a la puesta en escena eficaz que encuadra a la perfección el marco de alteraciones, cansancio y encierro mediante planos y contraplanos que varían entre blanco, negro y rojo en haras de retratar el proceso traumático. Esta propuesta Indie unifica y emparenta los sacrificios de los actores y la complejidad de la dramaturgia con los trastornos mentales. Por un lado, semióticamente la narración desprende entre líneas el tinte kafkiano. Por otro, este trastorno mental inherente al proceso de creación e innovación conecta con la rama de la psicología que analiza y explica la locura a partir de lo yoico, desenmascarando lo real; inscribiéndolo en el plano lúdico.
Esta relación se sostiene cuando los actores interpretan las sensaciones que aseguran responden a su intención de querer trascender en esa dimensión y lograr la inmortalidad. Así, el juego macabro se nutre de la música que oscila entre ópera y circense e inscribe al espectador en la historia como parte del público que observa la performance en ese espacio-tiempo lúgubre. Párrafo aparte para la locación elegida, un hogar de niños localizado en La Paternal, venido a menos y de tonalidad gris que logra eficazmente la alteración de los sentidos. En palabras de William Shakespeare, Gabriel Hernández parece indagar frente al proceso sistemático ¿Ser o no ser? Esa es la cuestión.