Negar lo deseado La directora Belen Bianco logra en su nuevo film No hay tierra sin mal (2014) un reflejo de la vida de provincia a partir de contemplar la relación de dos mujeres con su entorno. Ana (Ana Luz Kallsten) y Silvia (Silvia Nudelman) habitan la misma vivienda. La primera es la hija de un empresario exitoso de Posadas, y la segunda es la mucama, que, sin tener cama adentro, comparte la mayor parte del tiempo con los que viven allí. Entre ambas se arma una sinergia en la que los consejos de una (Silvia) hacia la otra (Ana) intentarán hacerle conocer un poco más de la vida y del amor, más allá de sus propias experiencias y dudas. Ana, es una joven tranquila, que si bien tiene un amorío con un amigo, evita ceder a la tentación de intimar con éste por un fuerte dogma católico que respeta y defiende a rajatabla ante cualquier intento del joven por lograr tener relaciones con ella. Bianco además, contrasta este despertar sexual negado de la chica con la experiencia y libertad con la que Silvia ejerce su sexualidad, la que, a pesar del paso del tiempo en el cuerpo, intenta explorar en cada oportunidad que puede y con quien sea. Esto no quiere decir que ella tenga una pareja que la contenga, todo lo contrario, pero en su intento de seguir manteniendo una relación con un hombre que casi ni le pasa la hora, se habla también de una necesidad de la mujer que, ni aun manteniendo relaciones con extraños le posibilita afirmar su identidad. No hay tierra sin mal acompaña a las dos mujeres en sus rutinas, y lo hace a través de la estaticidad de algunas escenas en las que Bianco sólo coloca la cámara en el cuadro en el que quiere contar lo que sucede, y que muchas veces es nada. Ana sentada en el bidet, Silvia esperando que el agua de una pava se caliente, Ana comprando algún adorno en una feria, Silvia viajando en colectivo para encontrar a su amante (que nunca llega), son algunos de los movimientos en los que la directora reposa su mirada. Porque en esas simples acciones la película analiza algunas cuestiones que van más allá del tedio de la vida en el interior, profundiza por encima de otras cosas la notoria lucha de clases y los conflictos que surgen entre aquellos que tienen y los que no. Hay tiempos muertos que ralentizan el relato, pero hay algunas escenas que bien valen esperar en esa lenta cocción de los sucesos que propone la directora para que, por ejemplo, entendamos más de la mentalidad de Ana ante el bullying de sus amigas en una noche de sábado, alcohol y sexo. No hay tierra sin mal tiene muchos puntos en común con el cine de Santiago Loza y con una reciente serie de películas hechas en la provincia de Córdoba, que pueden reflejar como nadie la eterna contradicción entre la gente que vive tierra adentro y la que posterga sus sueños por seguir en una zona de confort y aparente tranquilidad.
Mujeres al borde… Al igual que en su cortometraje Mirame, la misionera Belén Bianco explora el universo femenino en su película No hay tierra sin mal (2013), que recién pudo terminar de producir en 2013 y que gira en torno a dos personajes que tienen como denominador común la pugna entre el deseo y el deber ser.
La mirada porteña ¿Cuál es el conflicto de No hay tierra sin mal? El argumental es obvio, centrándose en Ana (Ana Luz Kallsten) y Silvia (Silvia Nudelman), quienes durante buena parte del día comparten el mismo hogar, aunque sus posiciones sociales son diferentes: la primera es la hija de un empresario de Posadas, la segunda es la mucama. Mientras Ana, a pesar de salir con un amigo, no termina de dejar aflorar su sexualidad, atada por su formación religiosa y sus prejuicios; Silvia posee una vida sexual liberada, aunque no tiene una pareja que la contenga. Sin embargo, el verdadero conflicto lo tiene la ópera prima de Belén Bianco, directora originaria de Posadas pero formada en la FUC. El dilema pasa por la perspectiva: el film sigue constantemente la rutina de ambas mujeres, pero eso no le alcanza para compenetrarse con lo que les sucede, porque la mirada es siempre distanciada, clínica. Ese distanciamiento termina derivando en una contraproducente superficialidad: lo que se termina ofreciendo es un mero diagnóstico de la situación, donde apenas si se perciben los sentimientos de las protagonistas, para arribar a conclusiones socio-antropológicas que no son precisamente originales. Sí, vuelve a hacer acto de presencia la visión porteña del Interior, que observa las diferencias sociales de esa otredad lejana como algo tan abismal como irremediable. Bianco sabe filmar, eso es innegable: encuadra con precisión, maneja con habilidad los tiempos, es concisa a la hora de narrar, consigue la espontaneidad necesaria de Kallsten y Nudelman, diseña los trazos básicos de ambos personajes sin grandes dificultades. Pero No hay tierra sin mal es más un film de la FUC sobre la sociedad posadeña que una película dirigida por una realizadora que está contando y exponiendo un mundo que conoce desde su propia experiencia. Su recorte es propio de alguien que contempla lo ajeno, lo que está a la distancia, y no lo conocido y cercano. Y ni siquiera se aprecia un descubrimiento, una fascinación ante las vivencias de Ana y Silvia. No es simple lo que se le pide a Bianco: demasiadas veces en nuestra existencia fallamos en entender verdaderamente a quienes nos rodean, en ponernos al lado de quienes tenemos cerca para comprender lo que les acontece. Pero uno de los deberes primarios de los cineastas es crear personajes y luego entenderlos al máximo, eludiendo las generalizaciones para concentrarse en sus particularidades y subjetividades. Muchas veces el camino indicado para llegar a conclusiones generales implica empezar por lo particular, pero Bianco toma un modelo universal -o más bien, dominante- y lo fuerza en su aplicación a dos seres específicos. Por eso No hay tierra sin mal no termina de contar verdaderamente lo que les sucede a Ana y Silvia. Sólo queda un ensayo que reproduce la mirada porteña ya largamente establecida.
No hay tierra sin mal de Belén Blanco, es una película independiente realizada y rodada en Misiones sobre la relación entre dos mujeres de diferente estatus pero que están en el mismo lugar. La ópera prima de Belén Bianco se centra en dos mujeres de diferentes edades experimentando diferentes momentos de estado emocional y logra ser también un retrato sobre la vida provincial. Por un lado, la adolescente que sale a bailar con sus amigas pero se diferencia por no vestirse de manera muy llamativa, ser la única virgen, y ni siquiera beber alcohol, mientras el resto parecen competir a ver quién se comió al número mayor de muchachos. Por el otro, su empleada, una señora humilde que quiere ser amada y se encuentra en una relación que no termina de llenarla porque teme haberse convertido en alguien a quien utilizan sólo para tener sexo. Una de ellas no dice nada, permanece en silencio incluso ante situaciones cada vez más insoportables por parte de sus llamadas amigas. La otra necesita sacar de adentro lo que le pasa y le confía sus inquietudes a las que ella responde de la manera más simple y concreta que puede. El film se dedica a seguir durante un día a ambos personajes, a observarlos, a veces desde lejos, a veces más de cerca, sin mucho conflicto más que lo que pasa por sus cabezas, generalmente no dicho, lo que puede hacer de él que se torne un poco monocorde. Pero sin dudas, logra contraponer dos soledades distintas e intensificar esa sensación.