Iluminaciones
No intenso agora es una película construida a partir de fragmentos filmados encontrados, muchos de ellos anónimos, que revisa el período de agitación y movilizaciones que rodeó al Mayo Francés. Las imágenes registradas por la madre del director durante un viaje a China le permiten a João Moreira Salles inscribir su propia biografía y la de su familia con los avatares de la Historia: mientras en Francia las protestas se acumulan y ganan el apoyo popular, la madre viaja a la China de Mao, menos interesada en la actualidad política que en conocer una realidad ajena a la suya. Moreira Salles lee textos escritos por la madre que en algunos casos se complementan con las imágenes y en otros las explican, pero el resto del tiempo el director conjetura sobre el viaje y el choque que debe haber supuesto para una mujer occidental el ser recibida por guardias rojos y pasear por la ciudad acompañada de chicos que recitan y bailan sincronizadamente consignas partidarias. El método de Moreira Salles, mezcla de desciframiento e interpretación, de registro y de elaboración de hipótesis, propone un acceso singular a la verdad de los hechos: hay que aprender a leer en las imágenes los signos esquivos de una época a contramano de lo que dictan las historias oficiales. No intenso agora despliega su sistema sobre una gran cantidad de material filmado que retrata acontecimientos diversos relacionados mayormente con las revueltas estudiantes del 68, la invasión soviética de Checoslovaquia y la represión policial. En todo momento se cuelan las esquirlas insólitas de los sucesos, detalles desechados por la memoria del siglo: la teatralidad de las apariciones públicas, sobre todo televisivas, de Daniel Cohn-Bendit; la mirada furtiva de un habitante de Praga que pervive en un rollo sin título y que muestra desde una ventana, casi escondida, a los tanques que avanzan por las calles y a los soldados que entran por la fuerza a una casa vecina; el lamento fugaz de una chica que llora durante el entierro masivo de un estudiante brasileño asesinado por la policía: el director se interesa por ese llanto solitario en medio de una larga serie de imágenes donde solo parece haber lugar para la protesta y las proclamas encendidas.
No intenso agora, a su vez, hace dialogar esos testimonios con toda clase de películas encontradas, entre ellas de aficionados y de origen universitario. La rareza del material, sin embargo, no clausura la potencia narrativa, más bien al contrario: el relato que hace el director acerca de la vitalidad y el hundimiento de los grandes movimientos de protesta de los 60 aparece contado por participantes sigilosos, como si todos los que miraron esos sucesos a través del lente de una cámara (fotográfica, de cine, de televisión, amateur) conformaran una suerte de coro anónimo al que se le encarga la tarea de narrar una historia sobre las derrotas. Ya controlados los levantamientos estudiantes y obreros en Francia, un plano largo muestra una escena frente a una fábrica: los trabajadores acaban de votar, ganó la opción de poner fin a la huelga. Una mujer llora y se niega a entrar mientras un sindicalista y algunos compañeros tratan de convencerla recordándole las mejoras que acaban de conseguir (pero para ella se trataba de cambiar mucho más que eso). Un estudiante se suma a la discusión y apoya a la chica, aunque los demás no parecen prestarle demasiada atención. Moreira Salles encuentra en una decisión de puesta en escena, probablemente inconsciente, una elección que deja entrever un viraje político fundamental: la cámara muestra al estudiante y rápidamente lo deja fuera de cuadro para volver a la mujer y a los trabajadores; el encuadre trasluce, sostiene el director, la pérdida definitiva del apoyo que la clase obrera brindara a los estudiantes.
La película adquiere un ánimo decididamente fúnebre: no se trata solo del fracaso de los grandes movimientos de cambio, sino también de la calidad misma del registro, de su carácter de fragmento perdido, olvidado, del grano y el desgaste que anclan las imágenes en un tiempo lejano. El director escruta obsesivamente esos materiales precarios desde una posición transversal: menos que las aglomeraciones de manifestantes, la performance de los líderes jóvenes o las pompas oficiales, importa rescatar los pequeños gestos, actos casi invisibles que no parecen haber hecho su entrada a la historia de las imágenes. Un (tal vez) estudiante arroja algún elemento contundente realizando una torsión espectacular que recuerda enseguida a un lanzador de disco; la chica brasileña que llora, la única en medio de una masa enardecida; otra chica, francesa, atiende el teléfono de algo que parece un centro de estudiantes y, entre las risas cómplices de sus compañeros, trata de tranquilizar a una madre que llama para saber dónde está su hijo que no vuelve a la casa desde hace dos días. Su sonrisa y la frescura de todo su rostro sugieren mejor que cualquier otra cosa la vitalidad de la juventud y la disposición para las grandes acciones. El tema de No intenso agora no es la Historia y sus vaivenes, sino esos gestos diminutos y luminosos que condensan el brillo de una época con el fulgor conmovedor de lo que está condenado a desaparecer, pero que sin embargo, de alguna forma, sobrevive.