Un documental arrollador, vital y melancólico. João Moreira Salles rescata fotos y filmaciones del Mayo francés y la Primavera de Praga, rodadas por amateurs o canales de aire, y las mezcla con home movies de su madre durante su viaje a la China de la Revolución Cultural. Es una película sobre hechos históricos, pero abordados desde nuestro intenso ahora de conflictos armados y protestas masivas en cientos de países. Los debates televisados que vemos en la pantalla, aunque se emitieron a fines de los sesenta, no quedarían fuera de lugar en algún noticiero actual. Las preguntas que se plantean siguen vigentes: ¿En qué consiste la relación ambigua entre los movimientos estudiantiles y los obreros? ¿De qué sirve reclamar transformaciones sociales sin presentar alternativas concretas? ¿Cómo se puede preservar la frescura y la intensidad de una revolución sin caer en la solemnidad y la auto-parodia?
La mirada de Salles no es ni complaciente ni condenatoria. Se emociona con la energía y los sueños de los jóvenes franceses de 1968, quienes por unas semanas creyeron poder cambiarlo todo. Se detiene en una joven que habla por teléfono con la madre de un compañero. La señora quiere saber dónde está su hijo y la muchacha le asegura que está sano y salvo. En el rostro de la chica percibimos una absoluta felicidad. Está totalmente consciente del momento único que le tocó vivir. Las calles parisinas están invadidas por el grito común de su generación, y ella no puede evitar hablarle a la señora con cierta condescendencia. Entre ambas media un abismo: la madre pertenece a un mundo antiguo y de valores arcaicos; la estudiante es lo nuevo, lo que vendrá, el progreso. Pero Salles, aunque empatiza con la segunda, tampoco le da la razón. Más adelante descubriremos que ese mundo y esos valores supuestamente anticuados no se habían perdido en el pasado sino que estaban listos para reafirmarse en el presente. La manifestación más grande del Mayo francés fue en realidad la contramarcha conservadora.
Repasamos, también, las historias de ciertas figuras mediáticas, cuyas vidas resumieron los vaivenes de los movimientos sociales que encabezaron o simbolizaron. Daniel Cohn-Bendit fue el más vocal y conocido de los estudiantes franceses, y lo vemos en el ojo de la tormenta, rodeado de compañeros o en un panel televisivo, defendiendo la causa. Pero también escuchamos sus reflexiones posteriores sobre lo ocurrido, empapadas de ironía y desilusión. Asistimos, de esta manera, a un diálogo audiovisual entre la inmediatez de 1968 y el análisis retrospectivo que llegaría después. Cohn-Bendit, en sus escritos, lamenta haberse dejado cooptar por la prensa tradicional, que usó su imagen para vender revistas. Reconoce su propia extenuación y desgano. Admite que sus apariciones públicas se volvieron un teatro ambulante. Comenzó a cumplir con lo que otros esperaban de él y se olvidó de las emociones genuinas que antes lo habían inspirado. Aunque también concede que, desde un principio, siempre aprovechó sus dotes de actor, para sonar más convincente y llamar más la atención. Lo cual quizás sea inevitable: lo político, sin importar el signo, siempre tiene un poco de performance. Algo parecido sucedió en Checoslovaquia, donde la cantante Marta Kubišová fue el emblema del interludio reformista entre enero y agosto de 1968, que duró hasta la llegada de los tanques soviéticos. Tras la invasión, Kubišová se adaptó al restablecimiento del viejo orden, y sus canciones se volvieron ingenuas y baladíes, siguieron el rumbo de “normalización” que imperó en el resto del país.
También conocemos a otra figura, no mediática sino personal: la madre de Salles. Su periplo por China, lleno de sorpresas y alegrías, contrasta con las trayectorias amargas de Cohn-Bendit y Kubišová. Es que el gigante asiático emprendió una revolución triunfante, al menos si consideramos su perpetuación en el tiempo. Las de Francia y Checoslovaquia se extinguieron, pero la de Mao siguió para adelante. Sin embargo, el caso chino es el único que el documental observa desde una perspectiva extranjera. Sobre el Mayo francés, escuchamos los testimonios de franceses como Cohn-Bendit. Sobre la Primavera de Praga, vemos películas caseras hechas por checos y oímos las canciones de Kubišová. Pero a la Revolución Cultural sólo nos acercamos a través de las impresiones de una brasileña y de Alberto Moravia, el escritor italiano. Por eso el aparente optimismo de los pasajes rodados en China es más complicado de lo que parece. Es como si Salles ubicara al paraíso siempre más allá, como concepto o posibilidad, un lugar al que todavía no sabemos cómo llegar. Incluso el éxito chino sólo puede entenderse como tal desde el punto de vista sesgado y limitado del visitante. No se trata exactamente de bajar los brazos, sino de entender lo que implica una transformación de la sociedad: los sacrificios colectivos, el salto al vacío de lo desconocido, los prejuicios sociales que se resisten al cambio. Resuenan las palabras de Cohn-Bendit, cuando le preguntan por qué los estudiantes quieren derribar un orden sin saber con qué remplazarlo: responde que, en el difuso impulso de los jóvenes, al menos está la idea de un mundo mejor.