El opio del pueblo
Al igual que en los casos de las también disfrutables Soy tu Aventura (2003), Pájaros Volando (2010) y Por un Puñado de Pelos (2014), la nueva película de Néstor Montalbano es una comedia absurda que examina el ADN de la argentinidad, lo que en términos prácticos significa coquetear tanto con las alegrías como con las miserias de esta vasta tierra que habitamos. No Llores por mí, Inglaterra (2018) es sin duda su propuesta más ambiciosa porque se mete con el período colonial en general y la Primera Invasión Inglesa de 1806 en particular, circunstancia que trajo aparejada la necesidad de una más que importante reconstrucción de época -tanto a nivel material como en lo que atañe al enclave digital- que resulta inusual para nuestro país, redondeando un trabajo bastante potable en el rubro que sin llegar a maravillar deja en claro lo que debe haber sido un esfuerzo enorme.
La historia gira en torno a Manolete (Gonzalo Heredia), una suerte de proto empresario/ organizador de encuentros de catch que termina preso cuando uno de sus peleadores no acepta el resultado arreglado de antemano para la contienda y el asunto deriva en batalla campal. El hombre se salva de la condena cuando las tropas británicas invaden Buenos Aires, lo que deja a cargo de la ciudad a la máxima autoridad anglosajona, Beresford (Mike Amigorena), quien para apaciguar los ánimos de los pobladores locales les presenta al fútbol, un deporte nunca antes visto por estas pampas que pretende usar como herramienta de control social/ político/ bélico. Pronto Beresford le pide a Manolete que organice un partido entre los barrios opuestos de Desembocadura y Rivera (Boca y River), el primero comandado por Sanpedrito (Diego Capusotto) y el segundo por un cónclave de oligarcas.
Una vez más todo termina en lucha y justo cuando el protagonista estaba por irse a Brasil con su novia Aurora (Laura Fidalgo), Beresford le propone un encuentro deportivo entre los criollos, luego rebautizados Argentina, y un equipo de británicos, dando pie a que la trama se unifique con los esfuerzos de los rebeldes -con Santiago de Liniers (Fernando Lúpiz) a la cabeza- para expulsar a los invasores y recuperar la ciudad para la monarquía española. Gran parte de los chistes del film están condensados en las anacronías en lo referido a la jerga de los personajes, las situaciones planteadas y los latiguillos actuales del microcosmos del fútbol trasplantados al pasado remoto, lo que genera una película por momentos muy hilarante y en otras ocasiones apenas simpática, cuyo modelo definitivamente es -allá a lo lejos- el cine de los Monty Python y sus prodigiosas parodias ácidas y semi costumbristas.
Sinceramente sorprende el excelente desempeño de Heredia y Amigorena, los dos grandes protagonistas de la odisea, la cual sin embargo depende mucho del siempre genial Capusotto para infundir algo de esa anarquía y ese delirio que tanto necesita una obra que está bien trabajada a escala narrativa aunque carece de verdadero desenfado, lo que de todas formas da por resultado un producto popular un poco maniatado pero entretenido y bastante cumplidor en cuanto a su premisa de base, orientada a subrayar el vínculo entre la oligarquía local (los burgueses repugnantes de Rivera), los lúmpenes explotados (los habitantes de Desembocadura) y en especial el fútbol como “opio del pueblo” utilizado por los poderosos -ya sea en el colonialismo de antaño o el neocolonialismo de hoy, bajo una apariencia de libertad y autonomía democrática- para despertar antagonismos ridículos, vender palabras vacuas como “pasión”, ganar muchísimo dinero y mantener anestesiada a la población con el objetivo de que el deporte se coma a los problemas reales del país como la pobreza, la inequidad y la presencia de esa oligarquía cuyos socios foráneos son más o menos siempre los mismos, léase cualquiera que les permita perpetuar la especulación…