La actriz, guionista y productora Kay Cannon dirige, en su primer largometraje, a un elenco de adolescentes y adultos, hijos y padres, al borde de un ataque de nervios. ¿El motivo? La fiesta de graduación (prom night), que marca el fin de la secundaria, y a la que las chicas acuden con un plan secreto: perder la virginidad. Claro que, chats abiertos mediante, y desglosando el lenguaje teen de los emoticones, el grupo de padres deduce que una berenjena es un pene y una banana pelada una invitación a sacarse la ropa. Escandalizados en varias escenas de griterío y gags exagerados, deciden unirse, aunque son exparejas y viejos conocidos que se detestan, para impedir que las chicas -una rubia, una hindú, una gay- tengan sexo. En la línea de comedias guarras de estudiantina, pero con adultos diciendo groserías, la película es un largo encalle en los tópicos más gastados imaginables, minada de chistes de mal gusto pero sobre todo ineficaces, que se esfuerzan por divertir pero apenas llegan a provocar una sonrisa. Y con un grupo de personajes, esos padres retrógrados y temerosos, ridiculizados hasta el cansancio. La primera vez puede causar gracia, pero la décima llega un poco cansada.