La virginidad de las hijas, ese fetiche. Tradicionalmente se promovió que los varones debutaran y las chicas se guardaran para el matrimonio; ya no somos tan anticuadxs, pero la posibilidad de que las chicas se embaracen (algo en lo que los varones llevan poquísima responsabilidad, y lo demostró el debate con respecto a la legalización del aborto) marca una diferencia que trae consecuencias infinitas. Pero a otro nivel, y en lo que respecta a la relación entre padres o madres e hijas, ¿qué cambia que una chica empiece a tener relaciones sexuales con otrxs? ¿Por qué sigue siendo un movimiento copernicano? ¿Será que se atraviesa la última barrera de control parental? ¿O que padres y madres (de ahí en más, potencialmente abuelxs) empiezan a ser viejxs el día en que debutan sus hijas? Con gracia, con descontrol y bastante ternura, Blockers –estrenada en Argentina con el confuso título de No me las toquen– es una comedia que encara todas estas cuestiones a través de una noche de persecución delirante a cargo de Lisa (Leslie Mann), Mitchell (John Cena) y Hunter (Ike Barinholtz), dos padres y una madre trastornados por la perspectiva de que cojan sus hijas.
Las chicas son Julie, Kayla y Sam, van juntas al colegio desde primer grado y antes de la prom night deciden que esa noche, después de la fiesta, van a debutar. Julie (Kathryn Newton) tiene novio; Kayla (Geraldine Viswanathan) y Sam (Gideon Adlon) no, pero ése no es necesariamente un obstáculo: las tres apuestan al sexo, más que nada porque quieren saber cómo es, seguras de que lo que no va a faltar son varones dispuestos. Solo que lxs progenitorxs, por un descuido de Whatsapp, se van a enterar y, como una horda primitiva armada con garrotes, van a dedicar toda la noche a tratar de impedir del debut de las hijas.
Si hay un lugar en el que la comedia opera como un cirujano impiadoso es justamente en nuestras contradicciones, ahí donde somos todos progres pero de vez en cuando soltamos al mono peludo que se golpea el pecho, o donde la autoridad parental que nos otorga la organización familiar se convierte en un capricho absurdo. Blockers apunta a ese lugar con una bazooka, y los padres y madres vuelan por el aire. Porque, para empezar, no son ninguna joyita: Lisa crió a su hija sola y no termina de asumir que la próxima partida a la universidad de la hija la tiene al borde del llanto, Hunter es un papá borrado que nunca estuvo pero cree que tiene derecho a opinar en un momento tan fundamental para la hija, y Mitchell, hecho de músculos y masculinidad a punto de estallar, cuadra como el padre y marido perfecto pero esconde un corazón tierno con el que no sabe bien qué hacer.
Dirigida por Kay Cannon (que antes produjo éxitos protagonizados por chicas como New Girl, Girlboss y Pitch Perfect), la película literalmente los da vuelta, a través de la comedia física que los tiene asomándose a ventanas, reptando para salir de abajo de una cama o dando vueltas carnero para fugarse de una habitación, y el humor escatológico que casi merece un capítulo aparte: brutal, pringoso y chancho, el principal blanco de las bromas es Mitchell, el papá blanco, presente y perfecto, que en algún punto hasta toma cerveza por el culo. A nivel generacional, lo que Blockers tiene para decir es tremendo para lxs padres y madres que hoy tienen hijxs adolescentes y es que la próxima generación es mejor, siempre. Julie, Kayla y Sam hablan de penes (ya no solo de chicos) con una seguridad enorme, les interesa el sexo pero también están seguras de que pueden elegir cuándo y con quién (y en una subtrama preciosa, Sam se descubre lesbiana y se enamora de una compañera nerd que anda disfrazada como una especie de elfo). Pero la película no es solo cruel con lxs padres y madres sino también compasiva, y pasar de la cerveza por el culo a las lágrimas sinceras, de adultxs que aman pero saben que eventualmente tienen que retirarse, es un lujo infrecuente.