UN VIAJE EFECTIVO PERO YA VISTO
Buena parte del cine hollywoodense (principalmente por el lado de la comedia) focaliza en los jóvenes cerrando la etapa secundaria y preparándose para el salto a la universidad, y en las repercusiones que esos cambios tienen en los padres. Lo que suele cambiar es la perspectiva, el balance y las tonalidades, lo que también implica cierto posicionamiento ideológico. Ahí es donde aparece un film como No me las toquen (otro caso de pésimo título local), que busca encontrar un equilibrio desde un marco narrativo un tanto anárquico, exhibiendo varias contradicciones que no le quitan interés.
El debut en la dirección de Kay Cannon (guionista de la trilogía de Ritmo perfecto y de las series New girl y 30 Rock) se centra en un trío de padres (John Cena, Leslie Mann y Ike Barinholtz) que, cuando se enteran que sus hijas hicieron un pacto para perder la virginidad durante la noche de graduación, deciden hacer todo lo posible para impedirlo. Si nos ponemos a pensar mínimamente la premisa, no es muy difícil llegar a la conclusión de que no hay mucha credibilidad y que en verdad suena todo muy arbitrario. Sin embargo, la película no tiene muchos problemas en hacerse cargo de ese componente antojadizo y apenas si se preocupa por establecer el conflicto (de forma bastante inverosímil, por cierto), por lo que le interesa desarrollar es otra cosa. No me las toquen es, en esencia, una road-movie suburbana, una acumulación de situaciones y circunstancias en un tiempo limitado que conducen a un aprendizaje para los protagonistas, y por ahí sobrevuela algo del espíritu caótico pero sensible de Supercool. No es casualidad que Seth Rogen y Evan Goldberg, guionistas de ese film, figuren acá como productores.
Durante muchos pasajes, No me las toquen es definitivamente errática, pero en un sentido buscado y pensado previamente, como si su objetivo de fondo no fuera desarrollar un relato coherente o delinear de manera fluida los dilemas de sus personajes, sino permitirles a Cena, Mann y Barinholtz exhibir sus talentos y sus capacidades para interactuar entre sí y con otras figuras (ahí tenemos, por ejemplo, a Hannibal Buress, efectivo pero algo desperdiciado) en pos de generar comedia. En esa aproximación, aún siendo despareja, la película muestra herramientas para construir momentos donde lo escatológico y lo sexual cumplen un papel no solo humorístico sino también liberador, e instancias donde las instituciones parentales quedan en ridículo.
La otra vertiente que el film debe resolver cuando llega hacia su cierre es la de los desencuentros entre padres e hijas, y hay que reconocer que, a pesar de eludir cualquier tipo de ruptura discursiva, No me las toquen va hilvanando secuencias sutiles y sinceras que brindan coherencia a esa ineludible reconstrucción de las relaciones afectivas. No hay bajadas de línea explícitas, sino diálogos honestos y hasta miradas que lo dicen todo sin necesidad de palabras. Se podría hablar de conservadurismo, pero no dejaría de ser una conclusión facilista y pretenciosa, porque la película prácticamente desde el inicio se planta en un lugar donde nunca busca romper con los esquemas.
Aún así, No me las toquen no deja de exhibir carencias que provienen de la falta de riesgos formales y estéticos. La narración caótica reproduce un molde ya conocido y no deja de ser un refugio seguro que garantiza una mínima efectividad pero llevan al film a un camino de paradójica linealidad. Al fin y al cabo, las lecciones aprendidas son las mismas de siempre y el discurso varía poco y nada. Para los nombres involucrados, No me las toquen termina siendo una comedia demasiado chiquita.