Romance entre tontos
El problema con las fórmulas y los lugares comunes es que cuando la película que las aplica no funciona, todo queda aplastado bajo su peso. No me quites a mi novio es una comedia romántica y, como tal, repite fórmulas, pero lo hace mal, con personajes malos, actores que no funcionan, ideas pobres y poca valentía. Lo que queda es una película entre tantas, que intenta hacernos reír pero no lo logra, que quiere endulzar los corazones pero nos deja bastante fríos.
Un problema fundamental de No me quites a mi novio es Kate Hudson, al igual que el de cualquier otra película que la incluya en su reparto. Sería difícil rastrear el origen de la mentira que es Kate Hudson como actriz, pero si uno creía que no podría verla en una situación peor que la de Nine, estaba equivocado. No es muy complicado: Kate Hudson no es graciosa. No lo es. No es su culpa, bastaría con que dejaran de intentar venderla como protagonista de comedias. Uno podía decir: muchas actrices no son graciosas pero son lindas. El problema es que Kate Hudson nunca estuvo tan fea como en No me quites a mi novio; parece vieja y no podría seducir a demasiada gente. Si, además de lo mal que está Kate frente a cámara, sumamos el hecho de que su personaje es francamente insoportable, no queda mucho con lo que trabajar.
Pero su personaje no solo es insoportable, la película quiere mostrarlo como insoportable y, por tanto, resulta despiadada. Más allá de dos o tres momentos de fidelidad de amigas, el personaje interpretado por Kate Hudson queda retratado como un ser frío, egoísta, narcisista, prepotente, mentiroso y francamente feo. Crear semejante cosa y no darle ni siquiera un poco de compasión (es, después de todo, la víctima) es maltratar mucho a un personaje.
Pero la realidad es que aunque Kate es el nombre más conocido dentro del elenco, a la película le importa más bien poco. Todo gira en torno a la morocha protagonista, con su cara inexplicablemente horizontal, su flequillo, su sonrisa de “soy tan tímida pero buena”. La película está enamorada de su protagonista y el público pasa a cumplir el rol del mejor amigo falsamente gay: escuchar durante más de una hora y media sus lamentos y confesiones de por qué el chico que le gusta no está con ella. Después de patética, la cosa se vuelve molesta; tanta ida, tanta vuelta, tanta conciencia preocupada por la familia, tanto histeriqueo no hacen más que revelar lo que sospechábamos desde un principio: todos los personajes de esta película son insoportables. Este muchacho de ojos azules, tan bueno que quiere ser maestro, es francamente un pelmazo y lo mejor que uno puede esperar es que se quede solo el resto de su vida. Pero no, la película no se juega por nada; al final por una cosa o por otra todos terminan siguiendo felices con sus vidas y no hay conflictos, no hay nada, solo unas camisas que la mujer tiene que buscar en la tintorería para su nuevo novio perfecto.
El único personaje que resulta más o menos humano, más o menos creíble/querible está interpretado por el único actor del elenco que puede hacer comedia: John Krasinski. Es el único en toda la película que dice algo medianamente lógico, el único que tiene algunos chistes buenos (“South Hampton es como una película de zombies filmada por Ralph Lauren”), pero cuando lo vemos caer de amigo de la infancia (que, por supuesto, en algún momento se hace pasar por homosexual) a amigo triste que siempre estuvo enamorado en silencio, la última chispa se desvanece, la película asesta su último golpe de infinita mala leche y lo que nos queda al final es verdaderamente nada.