Esta sátira política protagonizada por Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence y Meryl Streep imagina qué sucedería en los Estados Unidos si se anuncia que un cometa destruirá la Tierra en seis meses.
La actualidad política de cada país suele ser parodiada en sus programas de humor televisivos, en sus talk-shows y, cada vez más, en sus canales de noticias. En los Estados Unidos existe hace casi medio siglo un programa llamado Saturday Night Live (SNL) que se dedica en buena medida a hacer esto, usando las noticias de la semana en tono cómico, burlándose por lo general de políticos, empresarios, celebridades y cualquier comportamiento que habilite el ridículo. Si uno extendiera un sketch de SNL por dos horas y media se toparía con algo parecido a No miren arriba, la película multi-estelar de Adam McKay que se estrena en algunos cines hoy y llega a Netflix el 24 de diciembre, una parodia que cabalga entre la inspiración y el tedio, la crítica afilada y la obvia, la risa franca y la incomprensión.
Como sketch de diez minutos en TV –o, digamos, en breves dosis semanales– podría haber sido perfecto, pero la dificultad de este tipo de proyectos es sostener por más de dos horas un chiste que es bastante directo, sencillo y que, una vez planteado, se agota rápido en términos dramáticos: “¿qué hacemos si el planeta está por acabarse y el presidente es tan idiota que hace cualquier cosa menos lo que tiene que hacer?” Sin hablar directamente de la respuesta de Donald Trump al Covid-19, la película parece inspirada en lo que pasó ahí, en el caos y la confusión con la que su gobierno manejó esa crisis. Habiendo visto y experimentado esos absurdos meses, lo que hace McKay es imaginar qué haría un gobierno similar ante un cataclismo natural. En la ficción se trata de la llegada de un gigantesco cometa que destruirá al planeta en pocos meses. En la realidad (o en términos metafóricos) podrían estar hablando del Covid, de algún desastre natural causado por el cambio climático o de cualquier evento que tenga que ser explicado públicamente por científicos.
Es cierto que el humor de No miren arriba no es nada sutil, pero durante un buen tramo es bastante efectivo. Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence interpretan, respectivamente, al Dr. Randall Mindy y a Kate Dibiasky, un profesor de astronomía de la universidad y su más avanzada alumna, quién una noche descubre la existencia de un nuevo cometa al que nombran con su apellido. Lo que se enteran poco después de hacer incontables cálculos es que el “Cometa Dibiasky” viene directo a estrellarse contra la Tierra en poco más de seis meses. Y como tiene casi 10 kilómetros de diámetro se convertirá en lo que se llama un extinction level event. Esto es, literalmente, destruirá toda forma de vida en el planeta. Sí, somos los nuevos dinosaurios.
Mindy y Dibiasky hacen los llamados que tienen que hacer, golpean las puertas que tienen que golpear y terminan consiguiendo una audiencia con la presidenta Orlean (Meryl Streep), una versión femenina de Trump –o un personaje que parece inspirado en la congresista republicana Marjorie Taylor Greene– que los hace esperar días para atenderlos, desestima sus estudios científicos y, cuando el asunto se pone más y más espeso, toma todas las decisiones equivocadas. Su “grupo íntimo” lo completan su hijo (Jonah Hill), un idiota importante evidentemente inspirado en cualquiera de los hijos de Trump; un veterano general pasado de rosca y patriotero que parece salido de Dr. Strangelove (Ron Perlman) y Sir Peter Isherwell (Mark Rylance), un bizarro y billonario empresario tipo Elon Musk/Steve Jobs, que ve en el cometa en cuestión la posibilidad de hacer negocios.
La mencionada película de Stanley Kubrick de 1964 –que parodiaba en tono absurdo la crisis de los misiles cubanos entre EE.UU. y la Unión Soviética de 1962– sirve un poco como referente y plataforma para lo que pasa aquí, lo mismo que las noticias de todos los días: el mundo se está por acabar y estamos manejados por unos imbéciles que no confían en la ciencia, piensan solo en sus próximas elecciones y tratan de sacar rédito político de cualquier cosa. La cosa se complica y agranda, además, por las diferencias que surgen entre Mindy y Dibiasky a la hora de manejarse en ese mundo. El tímido doctor pronto se ve seducido por la fama –empieza un affaire con una intensísima conductora de televisión interpretada de forma brillante por Cate Blanchett– y trata de colaborar con los claramente equivocados planes de Orlean mientras que su más intensa y radical alumna toma el camino opuesto y se vuelve un “peligro para la sociedad” por sus continuos intentos de demostrarle, a quien quiera oírla (incluyendo un “skater evangelista” que encarna Timothée Chalamet), que el fin del mundo se nos viene literalmente encima.
Sátira social que también abarca el mundo de las redes sociales –con sus memes, su violencia cruzada, sus teorías conspirativas, su paranoia y sus habituales condimentos bizarros– y el de los medios de comunicación, que confunden, banalizan y alteran todo por un click o un punto más de rating, No miren arriba se va quedando de a poco sin caminos por recorrer o parodiar, enredándose en un chiste que es demasiado parecido a la realidad para ser del todo novedoso u original. Cualquiera que haya seguido las noticias durante 2020 –el año del explosivo combo Covid + Trump– notará que la película no es mucho más que una reconfiguración de lo que sucedió en esos meses con algunos cambios cosméticos específicos. Y se ha hecho tanto humor con esos personajes, con sus actitudes, comportamientos y declaraciones que la película empieza a parecerse a una colección de nuevas y diferentes bromas sobre lo mismo.
El humor que hace centro en las costumbres más extravagantes, ridículas y hasta estúpidas de la cultura estadounidenses (films como Idiocracia o Team América serían los ejemplos más claros) suelen ser más furibundos, ríspidos y “generosos” a la hora de disparar sus dardos políticos. El más clásicamente progresista McKay (La gran apuesta, El vicepresidente) limita la amplitud de su propuesta al poner el ojo de manera exclusiva en un solo sector político, social y mediático del espectro. Y si bien es cierto que son los más fácilmente “parodiables”, lo que el film termina haciendo es hablarle a su base, confirmar con su propio público las expectativas, referencias y quizás hasta prejuicios que tienen. Difícil que No miren arriba convenza a algún negacionista del cambio climático de los problemas que se vienen o a alguien que ya no estaba convencido de antes de la estupidez de determinados personajes de la política y los medios norteamericanos.
Su fragilidad narrativa no quiere decir que la película no tenga una hipótesis tristemente probable o muy buenos momentos de humor (Ariana Grande, en un rol pequeño, aporta lo suyo), ayudada también por un elenco impecable que resuelve por lo general muy bien chistes que, en otras manos, no tendrían demasiada gracia. Lo mismo pasa con su planteo temático: es muy probable que, de tener que atravesar un acontecimiento como el que se narra aquí u otro tipo de catástrofe ecológica, buena parte del mundo reaccione de la misma manera idiota que gran parte de los personajes de No miren arriba. Una broma repetida pero efectiva de la película del director de Anchorman va al centro del problema. Cada vez que los científicos tratan de demostrar los desastres que generará el cometa o lo inefectivos que son los absurdos planes del gobierno para enfrentar su inminente llegada, les aseguran que ellos tienen otros científicos que tienen otros datos que niegan todo lo que Mindy, Dibiasky y muchos de sus colegas han probado. Y ese es el triste, amargo y patético problema sobre el que la película trata de ironizar. Pasó con el Covid-19, con las vacunas, con el cambio climático y pasará seguramente cuando un cometa del tamaño de una ciudad mediana venga a estrellarse contra el planeta.