Para empezar, una obviedad: es difícil pensar en un elenco más talentoso y reconocido del que tiene No miren arriba. El director Adam McKay (El vicepresidente: más allá del poder) armó un equipo soñado que encabezan Jennifer Lawrence y Leonardo DiCaprio y que cuenta con Meryl Streep, Cate Blanchett, Timothée Chalamet, Mark Rylance, Jonah Hill, Melanie Lynskey, Ron Pearlman y Ariana Grande como intérpretes secundarios.
Para seguir: todos los integrantes del elenco se lucen en sus papeles y Lawrence y DiCaprio -como era de esperarse, se destacan especialmente al interpretar a la estudiante de astronomía Kate Dibiasky y a su profesor, el doctor Randall Mindy- un par de Casandras que tienen la tarea de alertar al mundo de que un cometa se dirige a la Tierra para provocar lo que llaman un “evento de extinción”.
A partir de esa premisa, el final del mundo tiene fecha establecida seis meses y algunos días en el futuro, el guion de McKay utiliza las herramientas narrativas de la sátira y la parodia para hablar del estado actual de la sociedad mundial pero más específicamente de la estadounidense y lo hace con la sutileza de un cometa de diez kilómetros de longitud dirigiéndose directo a la Tierra.
Reconocido por su trabajo en comedias como las inmejorables El reportero: la leyenda de Ron Burgundy, su ópera prima, y Ricky Bobby: loco por la velocidad, hace un tiempo que el director y guionista formado en Saturday Night Live parece haber decidido que su habilidad para la comedia podía servir para hablar sobre temas muy serios e importantes. Tanto que hasta valía la pena sacrificar el humor para ponerlos en pantalla.
Un cambio de rumbo que demostró en la muy efectiva La gran apuesta, que retrataba como la especulación de los grandes bancos había contribuido a la crisis económica y de vivienda de los Estados Unidos en 2006. Pero de aquel acierto, que le consiguió un Oscar a mejor guion adaptado, hasta No miren arriba, sus relatos parecen haberse decantado más por el mensaje que por las formas. En este film -disponible en Netflix desde el 24- la balanza está claramente inclinada hacia el lado de las preocupaciones sobre el cambio climático, la política norteamericana, el poder de las corporaciones y el deterioro de las instituciones, mientras que el desarrollo de la trama parece una preocupación secundaria.
Así, cuando la cruzada de Kate y el doctor Mindy los lleva a la Casa Blanca el film se vuelve una parodia apenas velada de la presidencia de Donald Trump y el hecho de que el presidente de los Estados Unidos sea una mujer, interpretada con oficio por Streep, no consigue despegar toda la secuencia de la caricatura y el ridículo (está acentuado por la actuación de Hill, como el rastrero hijo de la mandataria). El apocalipsis está a la vuelta de la esquina, gritan los astrónomos, y los medios se preguntan si se podrá jugar el Super Bowl. La exageración y el absurdo, elementos de la sátira, en este caso causan más irritación que gracia.
En sus mejores pasajes, siempre a cargo de Lawrence y DiCaprio, No miren arriba logra despejar los excesos para conseguir que su mensaje llegue claro y fuerte sin olvidarse del relato cinematográfico. Así ocurre en una escena en la que el doctor Mindy, ya despierto del sueño de la fama y el estrellato mediático, estalla frente a las cámaras y el público que parece más preocupado por la última tendencia de las redes sociales que por el fin del mundo.
Puesto a relatar los que podrían ser los últimos seis meses de la vida en la Tierra, el guion se arma de cinismo para apuntar hacia los medios tanto escritos como televisivos. Desesperados por difundir su mensaje y forzar al gobierno a tomar medidas para evitar el desastre, Kate y Mindy visitan un programa de TV, un magazine conducido por Jack Bremmer (Tyler Perry) y Brie Evantee, interpretada por una casi irreconocible Cate Blanchett quien hace lo que puede por insuflar algo de vida a la superficial y calculadora conductora dispuesta a encontrarle un costado liviano y “de color” hasta al apocalipsis.
A medida que se desarrolla la historia, la comedia se diluye y deja lugar a una puesta en escena que elige siempre la exageración y el trazo grueso: como el espectáculo de ribetes nacionalistas que monta la presidente Orlean cuando lanza la “ofensiva” contra el cometa y los subterfugios organizados por el magnate de las telecomunicaciones Peter Ishelwell -interpretado por Rylance como una cruza entre Steve Jobs, Elon Musk y Michael Jackson-, para obtener ganancias hasta de la extinción de la vida en la Tierra.