Entre la enorme cantidad de propuestas emparentadas con el género del terror hay algunas que se escapan de la medianía general y logran pasar las fronteras de lo aceptable. Otras, como en el caso de “No mires”, simplemente se plantan frente al espectador como una propuesta ambigua para luego avanzar en el relato y aferrarse o no al género. En este sentido el drama psicológico funciona como una suerte de amague que toma algunos elementos, sobre todo visuales, del terror y los utiliza medianamente bien para contar otra cosa.
¿Miente o engaña al espectador éste estreno? Algo del orden del conflicto fraternal se instala en la primera escena. Lo que vemos es la secuencia de una ecografía. En el útero materno hay dos bebés conviviendo. Moviéndose. Viendo sólo la imagen podemos colegir que están ahí simplemente. Con más imaginación podrían estar jugando, pero la música lúgubre y su respectivo in crescendo resignifican la ecografía hacia algo espeluznante. ¿Se están matando? Esta incertidumbre no tendrá respuesta en toda la película porque irá para otro lado la cosa, entonces: ¿fuimos hábilmente engañados o nos mintieron?
Elipsis mediante, nos encontramos 18 años después con quien entendemos es una de las que estaba en el útero materno. Pese a convivir en un no la pasa nada bien María (India Eisley), además de sufrir en casa la severidad de su padre, y la casi ausencia de su anodinada madre, lidia con un acosador en el colegio y la oculta envidia hacia su amiga, cuyo novio desea fervientemente.
De apariencia anoréxica y deprimente la joven no encuentra su lugar en el mundo, pese a no pasar ningún problema económico dada la casa y el barrio extremadamente rico en el cual vive. De a poco María va sintiendo una presencia misteriosa, alguien que la observa y le genera miedo. Una noche, desde el otro lado del espejo del baño, se aparece su otro “yo”, o mejor dicho su súper yo porque este reflejo no anda con vueltas a la hora de querer solucionar las cosas. Se llama Airam (o sea María al revés, por si esperaba alguna sutileza del guión). A partir de este momento del metraje el espectador podrá adivinar las buenas intenciones de esta producción, y al mismo tiempo será testigo del desmoronamiento argumental de esta burda mezcla, en versión femenina, de “Dr Jeckyll y Mr Hyde”! con “Alicia en el país del espejo”.
En este aspecto la película se divide entre el antes y un ratito después de la aparición en el espejo, porque hasta ese entonces el juego del thriller dramático utilizando varios de los elementos del terror, a favor de instalar el miedo interno de un personaje asfixiado por los conflictos externos funciona realmente bien. Esas intenciones que se adivinaban como una forma efectiva para plantear no sólo los conflictos adolescentes, sino los cambios hormonales, las carencias familiares y la incertidumbre de un mundo en el cual María no se ve reflejada; se ven inexorablemente truncas al llevar el relato hacia la loquita rebelde capaz de cualquier cosa. Es más, el ritual mismo para que Airam intercambie su lugar con el de la muchacha es para que los psicólogos se hagan una panzada.
De la misma forma, cuando “No mires” entra en etapa de definición, ya instalada como thriller psicológico convencional, en lugar de mantenerse fiel a la propuesta inicial comete un atropello en forma de vuelta de tuerca que no sólo hace retroceder todo al principio, sino que conceptualmente cambia (o niega por consecuencia) lo visto hasta ahora, por no decir que lo banaliza explicando lo innecesario.
Nunca dejan de ser buenas las intenciones pero, por ejemplo, una dirección de fotografía impecable desde lo técnico no significa que instale la convención con el espectador. La oscuridad innecesaria de algunas escenas no le aporta nada al buen clima generado por la pulsión narrativa del director. Lo subrayan con demasiada obviedad y eso que hablamos de una producción que tanto en ese rubro como en montaje, dirección de arte, banda sonora, etc está bien facturado técnicamente. Todo lo que podía servir como una novedosa forma de ver los factores humanos que alimentan la “bestia” interna que llevamos dentro es atropellado por la decisión de elegir el camino fácil, el que haga funcionar éste estreno en la taquilla. Son riesgos, es cierto, pero ahora los correrá el espectador que pague su entrada.