En 1946, Robert Siodmak convirtió a Olivia de Havilland en una despiadada villana. Pese a ese rostro angelical y los buenos modales que había aprendido para siempre en el set de Lo que el viento se llevó, The Dark Mirror la desdoblaba en dos gemelas, heroína y malvada, capaces de despistar, en un constante juego de espejos, a policías y psicoanalistas sobre las evidentes huellas de un crimen. En su primera película en Hollywood, el israelí Assaf Bernstein intenta transitar los mismos caminos, pero la paciente construcción del malvado doppelgänger se convierte en un ejercicio desparejo, que sustituye aquel barroco expresionismo por un espacio gélido y minimalista, incapaz de conseguir lo siniestro.
Maria (India Eisley) no puede ser más solitaria e infeliz. En el colegio le hacen bullying, su padre la trata con distante y severa autoridad, su madre la sobreprotege aún a costa de su propia debilidad. Los indicios de lo que anida al otro lado del espejo son torpes y evidentes: la ecografía "escondida" que anuncia las gemelas, las muecas del reflejo que altera insistentemente el encuadre. Sin embargo, hay escenas que consiguen crear genuina inquietud: la brutal disputa en la pista de patinaje, el provocador enfrentamiento en el consultorio del padre cirujano plástico. Bernstein consigue dar forma visual a ciertas ideas pero nunca alcanza a amalgamarlas en un relato intenso y terrorífico, ese que todo espejo quebrado debería ofrecernos.